Desde el templo del Lucero

domingo, 24 de septiembre de 2023

Viñas, bodegas y vinos de Francisco de Paula Rodríguez, entre 1811 y 1855, en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz).




Primeras bodegas documentadas en la provincia de Cádiz, con sistema de criaderas y solera, para la crianza del vino blanco Manzanilla y vinos de color.

 

Ana Gómez Díaz-Franzón

Dra. Historia del Arte

Este artículo se puede descargar en pdf en Academia.edu 

Actualización: 30 de septiembre de 2003 (color azul).

Bodega “Colegio”. Calles Cuartel Viejo-Santiago (Barrio Alto). Entre 1853 y 1875 perteneció a la Fundación Francisco de Paula Rodríguez. Destaca la cubierta, de raigambre mudéjar, con par y nudillos y tirantes. Actualmente es propiedad de Bodegas Barbadillo. Foto: Juan Carlos Rivero.


“No faltan ya en España almas elevadas que conociendo el mérito y la dignidad de la Agricultura, comiencen a promoverla con entusiasmo. Baste citar para honor de este periódico al Señor Don Francisco de Paula Rodríguez, que renunciando el alto empleo de Tesorero General de S. M., volvió como los héroes de Roma, á cultivar con gloria el campo de sus padres;” (Esteban de Boutelou. Semanario de Agricultura y Artes, 1808).

 

Francisco de Paula Rodríguez (1755-1811), natural de Sevilla, realizó la carrera militar y estuvo destinado en Cartagena varios años como Guardalmacén, donde llegó a ser Comisario de Guerra honorario, e Intendente honorario de Provincia de Primera Clase. En 1797 fue nombrado Tesorero General del Real Consejo de Hacienda, pasando a residir en Madrid; y en 1798 sería distinguido con la Real Orden de Carlos III.

Recién llegado a Sanlúcar, hacia 1800, Rodríguez mostró una clara voluntad de convertirse en empresario agrícola y vitivinicultor, además de practicar otras facetas como comerciante y financiero. Para ello adquirió tres bodegas aledañas a su casa residencial de la calle Caballeros, situadas en la calle Almonte o calle Hospital de la Madre Ignacia. A éstas se sumaban otras dos bodegas existentes en la hacienda de Brevas o El administrador, cuya finca compró en los mismos años, donde también disponía de lagares para la vendimia y alambique para elaborar aguardientes.

El presente trabajo se fundamenta en el análisis de cuatro inventarios realizados post mortem de Francisco de Paula, en 1811[1], y de su viuda, Joaquina Sánchez, en 1822[2]; así como los practicados en 1847[3], con motivo de la entrega de los bienes de la Fundación al Arzobispado de Sevilla por Real Orden; y en 1855[4] realizado para proceder a la devolución de aquellos bienes a la Fundación sanluqueña. De estos inventarios se ha extraído toda la información concerniente a la actividad vitivinícola de Francisco de Paula Rodríguez y, más tarde, de la Fundación que lleva su nombre, constituida tras la muerte de su esposa, en 1822, con el fin de aplicar los beneficios de sus bienes a la creación de un colegio de segunda enseñanza en Sanlúcar, según la última voluntad del fundador.

La importancia de los datos que ofrecen estos inventarios resulta de gran interés para la historia del vino en Sanlúcar y la provincia de Cádiz. Tanto por la temprana fecha del inventario post mortem de Francisco de Paula Rodríguez, en 1811; como por la minuciosidad con que están realizados los cuatro documentos, al incluirse el desglose de cada bodega, sus tipos de vinos, vasijas y enseres, la organización de los interiores bodegueros y sus respectivas valoraciones. Esta documentación corrobora el carácter pionero del establecimiento en Sanlúcar de Barrameda del sistema de crianza dinámico, denominado “de criaderas y solera”, tanto para la elaboración del vino blanco Manzanilla, de crianza biológica bajo “velo de flor”, como para los vinos de color. El Manzanilla, vino exclusivo de Sanlúcar, ya era muy popular en la ciudad de Cádiz durante las últimas décadas del siglo XVIII, de tal modo que el insigne botánico Esteban de Boutelou aludirá a estos “famosos vinos blancos”[5] de Sanlúcar en su obra de 1807.

Estos cuatro inventarios, en su vertiente vitivinícola, en especial los de 1811 y 1822, se constituyen en los primeros documentos, publicados hasta la fecha en la provincia de Cádiz, donde se recoge el contenido vinícola y la organización interna de un grupo de bodegas ubicadas en el núcleo urbano de Sanlúcar y en la finca El Administrador (términos de Rota y Chipiona).

Buena parte de los vinos que contenían estas bodegas, en 1811 y 1822, eran vinos blancos sobre soleras, como “vino blanco añejo sobre soleras” o “vino de color añejo sobre soleras” (véase Anexo I). Estos vinos blancos que podemos considerar Manzanilla, tal como se le venía llamando en Cádiz desde el siglo XVIII y cuyo nombre costó bastantes años en ser adoptado por los vinateros de Sanlúcar, si bien el Manzanilla de Sanlúcar (como se llamó a este vino desde su nacimiento, aunque a lo largo del siglo XIX el término se feminizará: “la Manzanilla) aparece con esta denominación en la prensa desde los primeros años del siglo XIX, siendo comercializado en Cádiz, Sevilla, Madrid y otras ciudades españolas.[6]

Las especificaciones de que estos vinos blancos y vinos de color se hallaban “sobre soleras” nos indica que, ya a principios del siglo XIX, estaba plenamente asentada en Sanlúcar la crianza de vinos mediante este nuevo sistema dinámico de criaderas y solera, el cual se extenderá pronto a otras ciudades de la zona -Jerez de la Frontera o El Puerto de Santa María-, constituyendo el punto de partida para el despegue de la industria vitivinícola gaditana, pues la mezcla de vinos de varias cosechas permitirá la comercialización de vinos a gran escala.

Junto al inventario 1847 se conserva una “Relación de los bienes de la Fundación”, que finaliza con una “Nota” (sin firma), tras el resumen de las entradas y gastos de las bodegas. En ella se trata sobre la dificultad de apreciar los vinos existentes en las bodegas, al tiempo que queda explicitada la crianza del vino blanco o “Mansanilla” mediante el sistema de criaderas y solera (aún no llamado con estos términos), otorgándosele una gran importancia a la antigüedad de las soleras o “vinos madre” de la Fundación:

Es muy difícil si no imposible fijar el número de @ de vinos que anualmente pueden venderse y sus precios con aproximación, porque es un negocio mercantil que depende de las circunstancias en que se halla el mercado; sin embargo en la necesidad de formar un cálculo se ha tomado por tipo en las ventas de vinos que quedan sentadas [inventariadas] dar una salida igual a la entrada en las bodegas, del mosto que anualmente produce la viña de la Hacienda del Administrador, reducidas las mermas naturales y fijar un precio moderado con arreglo a que suelen tener los vinos que se despachan comúnmente de la clase de mansanilla o blanco, pueden venderse más número de arrobas que las producidas por la Hacienda y a precios más ventajosos, porque así lo permite las soleras perfectamente montadas donde hay vinos blancos que hoy suben de cuarenta rs @, y de color que llegan a pasar de sesenta, y lográndose una buena coyuntura se compra vino nuevo para reponer al que se vende, y el producto líquido puede duplicarse del que va señalado sin perjudicar las soleras; en el caso de que no haya una salida igual a la entrada de la Hacienda, el producto líquido será menor que el que va designado, pero el capital aumentará en @ y en calidad. Los vinos siendo de buena calidad y con soleras antiguas, como sucede a los de la fundación, adquieren progresivamente mérito en proporción a su antigüedad y, aunque tiene mermas, las recompensa su calidad con mucha ventaja, pudiendo asegurarse que las Bodegas de la fundación, en proporción a sus soleras, podrán producir con arreglo a su capital teniendo unas ventajas regulares...[7]

En la historiografía vitivinícola de la provincia de Cádiz, no se han publicado, hasta el momento, inventarios de bodegas para esta época, donde se recuenten de manera meticulosa las existencias vinícolas y su disposición en el interior de estos edificios industriales, de forma que no pueden establecerse posibles parangones.


miércoles, 23 de agosto de 2023

Ajuar doméstico, plata labrada, joyas y otros enseres de Francisco de Paula Rodríguez y Joaquina Sánchez Espinosa, según cuatro inventarios de bienes (1811-1855), en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz).

 

Ana Gómez Díaz-Franzón

Dra. Historia del Arte.

 

Antigua casa de Francisco de Paula Rodríguez, en primer término (actual Ayuntamiento) Foto: Google Earth.


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El ajuar doméstico (ropas, mobiliario y enseres de uso común en una vivienda), la plata labrada, joyas, carruajes y otros bienes, existentes en las casas de Francisco de Paula Rodríguez y su esposa Joaquina Sánchez, se recogen en cuatro inventarios de bienes que fueron realizados en 1811[1], 1822[2], 1847[3] y 1855[4], de los que ya se han extraído las obras artísticas situadas en las casas de la ciudad y de las haciendas[5].

Estos “bienes de confort” evidencian el nivel de riqueza personal y las distintas parcelas de la vida cotidiana que conforman la cultura material de una familia aristocrática en Sanlúcar de Barrameda a principios del siglo XIX, en cuya distinguida residencia estuvo hospedado el rey José I, en la única visita que hizo a Sanlúcar durante la guerra de la Independencia.[6]

Estos inventarios permiten adentrarnos en el espacio doméstico de este matrimonio avecindado en Sanlúcar, conocer su vida cotidiana, qué muebles y cortinajes orlaban sus casas, cuáles eran los utensilios usados en la cocina, qué se guardaba en la despensa, qué coches conducían o cómo vestían. Se trata de un ejemplo más, que facilita el conocimiento de la forma de vida de una parte privilegiada de la sociedad, en este caso de un alto funcionariado cortesano y uno de los principales hacendados y comerciantes de Sanlúcar, en el tránsito del siglo XVIII al XIX.

Al hallarse inventariados los bienes en cada estancia de las casas, podemos conocer la distribución que tenía la residencia familiar de la calle Caballeros, nº 19 (antig.) así como de las viviendas situadas en las haciendas (número de habitaciones, funcionalidad, mobiliario, decoración…). Al ser rehabilitada la casa de la calle Caballeros, en 1831, para instalar el Seminario Conciliar de San Francisco Javier (1831-1842), del Arzobispado de Sevilla y, poco más tarde, un Instituto de Segunda Enseñanza (1842-1847), los inventarios de 1847 y 1855 nos ofrecen, además, una aproximada reconstrucción de los interiores de las estancias, mobiliario y utensilios propios de estos centros educativos pues, aunque de diferente naturaleza, no debió cambiar mucho la distribución del inmueble en estos últimos años documentados.

 

Respecto a los cuatro inventarios consultados, hay que señalar que el inventario post mortem de 1811 se acerca a lo que se viene considerando como un inventario ideal -raros en el periodo moderno-, por ser muy completo y meticuloso, al recontar los bienes de cada estancia y acompañarse de la valoración de las piezas.[7] En los primeros inventarios de 1811 y 1822 se consigna una primera relación de bienes sin valorar y, en segundo término, los mismos bienes con valoración monetaria, recontándolos ahora agrupados, según su naturaleza y función. Por el contrario, los inventarios de 1847 y 1855 carecen de tasación. Además, en el último no pudieron inventariarse los bienes de la antigua casa de la calle Caballeros, por haberse vendido en 1853 a los duques de Montpensier, quedando las antiguas pertenencias de Francisco de Paula Rodríguez diseminadas en diferentes lugares: parroquia mayor de Ntra. Sra. de la O de Sanlúcar, Seminario de Sevilla, y en manos de los patronos de la Fundación, a la espera de obtener un inmueble donde depositarlos.[8]

Por otro lado, hay que señalar el problema surgido al trabajar con el inventario de 1822, cuya copia facilitada por el Archivo Diocesano de Asidonia-Jerez carece de la adecuada foliación, de forma que, cuando este recuento se consigna en este trabajo, los folios se señalan de forma aproximada, añadiéndose en ocasiones la fecha de reunión correspondiente al inventariado, a fin de allanar su localización.

Debido a la escasa documentación notarial referida a inventarios de bienes existente para Sanlúcar en estas fechas[9], para comprender la importancia y significación de estos inventarios en la ciudad, sólo podemos ponerlos en relación con la documentación análoga publicada para otras ciudades próximas, como Jerez de la Frontera, Cádiz o Sevilla. Pues, aunque existen investigaciones afines referidas a otras comunidades autónomas (Galicia, Castilla y León, Cataluña, País Vasco, Extremadura…), pertenecientes al siglo XVIII y principios del XIX, el ámbito de la baja Andalucía posee características propias que requiere su agrupación documental.

Según el inventario post mortem de Francisco de Paula Rodríguez, realizado en 1811, que sirve de base para este estudio, las nueve partidas de bienes muebles, referidos al ajuar doméstico, plata labrada, joyas, mobiliario, etc., suman 120.215 reales, lo que supone un 2,28 % del capital activo global (5.211.001 reales). Los porcentajes de cada parcela, respecto al caudal total inventariado se desglosan del siguiente modo: plata y alhajas: 47.083 rs. (0,90 %); pinturas de la casa residencial: 6.517 rs. (0,12); textiles: 19.333 rs. (0,37); muebles: 20.772 rs. (0,39); calderería: 910 rs. (0,017); cerrajería: 1.500 rs. (0,028); relojería: 5.500 rs. (0,10); talabartería y guarnicionería: 6.900 rs. (0,13); caballería: 11.700 rs. (0,22); y carruajes: 5.000 rs. (0,09).                          

En cuanto a la vecina ciudad de Jerez de la Frontera, tanto el mobiliario como la plata labrada de Francisco de Paula Rodríguez, supera la valoración de algunas partidas referidas al inventario de Mariana Medina y Dávila, perteneciente a una familia de la nobleza jerezana, en cuyo testamento se cuantifica, por ejemplo, el mobiliario en 11.798 reales y la plata labrada en 12.049 reales.[10]

Por otro lado, de los 28 inventarios estudiados por Moreno Arana, también en Jerez, entre 1717 a 1809[11], la mayoría de los difuntos disfrutaban de un conjunto de “bienes de confort” (joyas, plata, muebles, ropas, coches, biblioteca...) que, según González Beltrán, “se acerca o sobrepasa los 25.000 reales, punto que marca una situación de lujo u opulencia”[12]. De estos inventarios, sólo cuatro sobrepasan los 120.215 reales en que se valoraron estas partidas en el inventario post mortem de Francisco de Paula Rodríguez (1811).[13]

Según Álvarez Santaló y García-Baquero, para la nobleza titulada de Sevilla, entre 1700 y 1834, con un capital medio de 1.091.734 reales, la “partida clave” de la plata labrada y joyas, está presente en 28 de los 31 inventarios estudiados, donde representan el 5,8 % del volumen total del capital activo inventariado (44.478.778 reales). Los bienes de mobiliario y ropa se sitúan en un 1,6 y 1,3 %, respectivamente. Y los carruajes y su equipo correspondiente (caballerías, atalajes, etc.) suponen un 0,9 % del capital activo inventariado, estando presentes en diecisiete inventarlos de los treinta y uno[14].

 Respecto al clero secular en la Sevilla del siglo XVIII, de los 142 inventarios post mortem de clérigos seculares analizados, entre 1700 y 1834, se conocen sus niveles de riqueza personal (media de 69.920 rs.vn.) y sus fragmentos de vida cotidiana.  Junto a las dos “partidas protagonistas”: plata labrada y joyas, que representan un 8% del activo global, se sitúan las consideradas como constitutivas del hábitat doméstico (muebles, menaje, ropas, despensa, carruajes, objetos artísticos y bibliotecas) que, agrupadas, representan el 17% del activo total. Así, según Álvarez Santaló y García-Baquero, todos estos “bienes del vivir” apenas valen la mitad que el dinero y las deudas favorables de este grupo social sevillano[15].

En comparación con las cifras mencionadas para otras ciudades y grupos sociales, el 2,28 % del capital activo global, que suponen estas partidas de confort en el inventario post mortem de Francisco de Paula Rodríguez, nos indica que estos bienes fueron secundarios respecto a las inversiones realizadas en otras esferas (propiedades inmobiliarias, deudas favorables, bodegas y vinos…).

 

 

1.  Residencia de la calle Caballeros y casas de las haciendas de la Jara y Brevas o El Administrador.

A su llegada a Sanlúcar, Francisco de Paula Rodríguez, adquirió dos fincas rústicas, además de otras tierras. Éstas fueron la hacienda de Brevas, llamada más tarde El Administrador, y la hacienda de la Jara, en el pago del mismo nombre.

Para residir en Sanlúcar, Francisco de Paula Rodríguez arrendó, hacia 1800, a la fábrica de la Iglesia Mayor de Ntra. Sra. de la O, la antigua casa reedificada hacia 1730 por el comerciante Julián Cayetano Gally, a quien la compró el matrimonio irlandés Tomás Wading y María Asthey, quienes la legaron a la Iglesia Mayor. Se halla situada en el Barrio Alto de Sanlúcar, entre las calles Caballeros y Almonte. Tras fallecer Rodríguez y su esposa, este inmueble funcionó como Seminario Conciliar San Francisco Javier del Arzobispado de Sevilla (1831-1842) e Instituto de Segunda Enseñanza (1842-1847), todo costeado con los bienes de la Fundación Francisco de Paula Rodríguez, en cumplimiento de la voluntad del testador, quien legó sus bienes para el mantenimiento de un colegio en Sanlúcar que priorizara a los niños más desfavorecidos. En 1853 la casa fue adquirida por los duques de Montpensier, así como las antiguas casas-bodegas de Francisco de Paula Rodríguez y fincas aledañas para formalizar el palacio de verano y el jardín. Este palacio de Orleáns-Borbón fue adquirido por el Ayuntamiento en 1980, siendo actualmente la casa consistorial de Sanlúcar.


jueves, 3 de agosto de 2023

Publicado el libro La Manzanilla de Sanlúcar en el siglo XIX a través de la prensa.

 Una duquesa vestida de percal.











Se acaba de publicar el libro La Manzanilla de Sanlúcar en el siglo XIX a través de la prensa. Una duquesa vestida de percal, obra de la historiadora Ana Gómez Díaz-Franzón.

Se trata de una recopilación, selección y contextualización de algo más de 2.000 menciones al vino Manzanilla de Sanlúcar, localizadas en más de doscientas cabeceras de periódicos y revistas conservados en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional (exclusivamente), más dos ejemplares de otra hemeroteca.

Estos textos, en prosa y verso, pertenecen a los más diversos géneros y corrientes literarias -Romanticismo, Realismo, Costumbrismo o Modernismo-, donde no faltan el humor y la sátira. Están firmados por más de 500 autores, entre los que hallamos a Gustavo Adolfo Bécquer, Mariano José Larra, duque de Rivas, Mesonero Romanos, Zorrilla, Pardo Bazán, Fernán Caballero, Alcalá Galiano, Azorín, Pérez Galdós, Eusebio Blasco, Sinesio Delgado, Echegaray, Fernández Bremón, M. de Cavia, Rubén Darío, Javier de Burgos, Salvador Rueda o Francisco Villaespesa, entre muchos otros.

Además, cuantiosos anuncios publicitarios de establecimientos y bodegas, junto a diversos artículos científicos o divulgativos, ofrecen cifras sobre la producción y comercialización de los principales vinos, españoles y extranjeros, consumidos en España y otros países durante el siglo XIX.

A través de los diferentes capítulos, se puede conocer cómo el entonces llamado “el Manzanilla”, nacido en el siglo XVIII como el primer vino blanco generoso de España, fue uno de los vinos más acreditados del siglo XIX.

Nos encontramos con algunas bodegas productoras; la exhibición de la Manzanilla en las exposiciones nacionales y universales; su identificación con Andalucía y, en especial, con Cádiz y Sevilla; la intensa vinculación de este vino con los espectáculos más populares de la época: el flamenco y la tauromaquia; su presencia en fiestas, verbenas y romerías españolas; en las artes escénicas; en las novelas por entregas, en múltiples poemas, cuentos, folletines o chascarrillos; en las artes plásticas; en la gastronomía; en la política o su implicación en los sucesos de la época.

Al hilo de estas menciones a la Manzanilla de Sanlúcar de Barrameda, uno de los vinos más consumidos en la España decimonónica, el lector se sumerge en la complejidad vinícola, social y cultural del siglo XIX.

El diseño de cubierta y la maquetación del libro han corrido a cargo de Enrique López Marín, diseñador y profesor de la Universidad de Granada.

Es una edición modesta, de tapa blanda, impresa en blanco y negro (tampoco había mucho color en el XIX), aunque cuenta con una muy rica y desconocida información historiográfica.

Contiene diversas ilustraciones y 656 páginas.

Ya se puede pedir en Amazon 


Índice del libro





domingo, 2 de julio de 2023

La colección artística de Francisco de Paula Rodríguez y Rodríguez-Bejarano (1755-1811), en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), a través de cuatro inventarios.


Antigua casa de Francisco de Paula Rodríguez. Zona  principal del
actual Palacio Municipal. Calle Caballeros. (Foto Flickr. Alejandro)
 

 

Ana Gómez Díaz-Franzón

Dra. Historia del Arte.

 


Actualizado: 5 de agosto de 2023.

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Resumen: A través de cuatro inventarios de la primera mitad del siglo XIX, se analiza la colección artística que poseyó Francisco de Paula Rodríguez y Rodríguez-Bejarano (1755-1811), natural de Sevilla, que fue Tesorero General del Consejo de la Real Hacienda, entre otros altos cargos, a finales del siglo XVIII. Este caballero de la Orden de Carlos III se avecindó en Sanlúcar de Barrameda hacia 1800, donde llegó a ser uno de sus principales hacendados y en cuya ciudad fallecería en 1811. Dejó un importante legado destinado a la creación de un colegio en Sanlúcar para la educación de niños desfavorecidos. Con este legado se fundó en Sanlúcar el primer Seminario Conciliar del Arzobispado de Sevilla (1831-1842) y, más tarde, un Instituto de Segunda Enseñanza (1842-1847), entre otras entidades educativas.

En el Anexo I se ha transcrito el inventario post mortem de Francisco de Paula Rodríguez, de 1811, al que se han añadido anotaciones sobre los posteriores inventarios consultados: post mortem de 1822, tras el fallecimiento de su viuda, Joaquina Sánchez Espinosa; el correspondiente a 1847, realizado cuando el Gobernador eclesiástico del Arzobispado de Sevilla ordenó el traspaso de los bienes de la Fundación a aquel Arzobispado, en virtud de R. O. ante la reclamación de los bienes por aquel Arzobispado; y el inventario de 1855, practicado con motivo de la devolución de los bienes a la Fundación por el Arzobispado de Sevilla en virtud de la Real Orden de 16 de julio de  1855.

En el Anexo II se transcribe la relación de obras artísticas, muebles y otros enseres que fueron entregadas por la Fundación Francisco de Paula Rodríguez al Seminario de Sevilla en 1848, en virtud de Real Orden, que fueron requeridas por el Arzobispado.

En el Anexo III se reproducen fotografías de varias obras existentes actualmente en la parroquia mayor de Ntra. Sra. de la O de Sanlúcar, cuyas iconografías coinciden con algunas contenidas en los inventarios, por lo que podrían haber pertenecido a la colección, aunque no se ha localizado documentación que lo corrobore, por lo que sólo se incluyen en términos de probabilidad.

Este artículo forma parte de un estudio más amplio sobre la vida y legado de Francisco de Paula Rodríguez, en realización. A éste proseguirán varios artículos dedicados al ajuar, plata labrada y joyas; las bodegas; la biblioteca; y el capital y legado de Francisco de Paula Rodríguez.

Palabras clave: Inventarios post mortem. Inventarios de bienes. Colección artística. Cultura material. Siglo XIX. Fundación Francisco de Paula Rodríguez. Sanlúcar de Barrameda (Cádiz).

 

Los inventarios protocolarios, en sus diferentes formas, son una importante fuente documental para conocer los niveles de riqueza de una ciudad o un determinado ámbito geográfico, así como la historia de la vida cotidiana de sus habitantes, sus gustos privados, hábitos culturales y, por tanto, la mentalidad y el modelo cultural vigente en el tiempo estudiado.

A pesar de las carencias detectadas en este tipo de fuente historiográfica, el inventario, cuando está completo y sin sesgos -como es el caso de alguno de los inventarios consultados-, se constituye en una fuente de primer orden para conocer la historia del gusto estético, de la familia y el entorno social. Pueden acercarnos de modo fehaciente al conocimiento de ciertos aspectos la historia social y la cultura material, cuyos aspectos no ofrecen otra clase de documentos.

En este caso, se han extraído de cuatro inventarios generales los bienes que constituyeron la colección artística de Francisco de Paula Rodríguez. Su estudio nos conduce a conocer el estatus social de este vecino de Sanlúcar, perteneciente a la élite económica dirigente, así como sus gustos y predilecciones estéticas. Asimismo, la colección, como un signo de distinción social de su propietario, permite vislumbrar las tendencias artísticas de la época en el coleccionismo privado.

Aunque esta colección se encuentra dispersa en la actualidad, sin que apenas se hayan podido identificar algunas obras que la componían, la publicación de estos inventarios pudría ayudar a la localización de otras piezas en próximas investigaciones. Y, por otra parte, su publicación supone una nueva aportación a la historia cultural y artística de Sanlúcar de Barrameda.

Para conocer el alcance histórico, social y artístico de la colección, estos inventarios se han puesto en relación con algunos estudios publicados de semejante índole, referidos a ciudades cercanas, como Sevilla, Cádiz o Jerez de la Frontera, donde se ha trabajado este tipo de escrituras notariales en grupos seriados, que han permitido la extracción de conclusiones fehacientes, todo ello a fin de conocer la relevancia de esta colección artística sanluqueña en el contexto geográfico más amplio de la Baja Andalucía.

En general, en los archivos protocolarios los inventarios de bienes (post mortem y otros) son escasos. Por ejemplo, para El Puerto de Santa María, en 4.598 documentos contabilizados para el siglo XVIII, sólo aparecen 22 inventarios, lo que supone un 0,47 por ciento del total[1].

En Sanlúcar la existencia de estos inventarios reviste mayor importancia histórica, debido a la escasez de protocolos notariales conservados, al haberse perdido este archivo en 1933[2]. Apenas se han publicado otros inventarios de Sanlúcar, que pudieran servir como elementos comparativos o complementarios al objeto de este estudio dentro de la propia ciudad[3].

Cuando Francisco de Paula Rodríguez y Rodríguez-Bejarano (en varios archivos el segundo apellido aparece erróneamente como Berdejo) se avecindó en Sanlúcar, hacia 1800, había culminado su carrera militar y funcionarial. La ciudad, con un importante pasado comercial, contaba entonces con unos 20.000 habitantes, siendo sus principales actividades económicas la agrícola (secano y vitivinicultura) y comercial. Durante aquellos primeros años del siglo XIX, en Sanlúcar se crearon destacadas instituciones y entidades, que estuvieron impulsadas por el primer ministro Manuel de Godoy, a las que Francisco de Paula Rodríguez no sería ajeno, como la creación del Real Jardín Botánico (1805-1808), dirigido por Esteban de Boutelou y Simón de Rojas Clemente; el establecimiento del Real Consulado de Sanlúcar (1806-1829), independiente del de Sevilla; y la erección de la nueva provincia de Sanlúcar (1804-1812). La ciudad contaba con una élite de personas ilustradas, casi todas vinculadas a la Sociedad Económica de Amigos del País, fundada en 1781, desde donde se promovieron estos proyectos, así como nuevas reformas en la agricultura, la educación y la industria.

Francisco de Paula Rodríguez, de talante ilustrado y afrancesado, fue miembro de la Junta del Real Jardín Botánico de Aclimatación de Sanlúcar; vocal del Consulado; y socio Meritorio de la Sociedad Patriótica de Amigos del País. Perteneciente a la oligarquía urbana, se integró pronto en la vida ciudadana, participando en los principales actos públicos organizados en la ciudad.

A su llegada a Sanlúcar, Francisco de Paula Rodríguez adquirió varias fincas urbanas y rústicas. Su capital económico, contabilizado en el inventario post mortem de 1811, con adicción de 1813, ascendía a más de cinco millones de reales de vellón. Esta elevada suma sitúa a Rodríguez entre los principales capitales de las actuales provincias de Sevilla y Cádiz durante la época estudiada[4]. Se convirtió en uno de los primeros hacendados de Sanlúcar, pues tras los numerosos gastos y legados que mermaron la fortuna inventariada en 1811, su viuda, Joaquina Sánchez, aparece en 1812 como la segunda mayor hacendada de la ciudad, tras Andrés de la Piedra, seguidos por la Casa de José Colom e Hijos; la Casa titulada de Belén; Joaquín de Marcos y Manzanares; y Antonio Beira, entre otros, según el padrón de repartimientos[5].


Planta actual de la antigua casa de la calle Caballeros, donde se concentró la colección artística de Francisco de Paula Rodríguez. Más tarde, esta casona formaría parte del palacio de los duques de Montpensier junto a los inmuebles aledaños. A partir de 1988, el palacio fue reconvertido en el actual Ayuntamiento.  Plano de planta baja (c. 1990). 

En 1811 la casa contaba con 33 estancias (planta baja, primera y ático).


1. Conformación e importancia de la colección artística.

La colección se formalizó en los primeros años del siglo XIX, cuando Francisco de Paula Rodríguez se avecinda en Sanlúcar. La gran estima que tuvo su propietario por este conjunto artístico y el mobiliario de mayor calidad dio lugar a que estipulase, en su testamento, que aunque otorgaba a su esposa, usufructuaria de todos los bienes, "facultad para vender, cambiar o enajenar" lo que le pareciera del "menaje de la casa con todos los muebles, ropas y alhajas que lo componen, incluso la plata labrada" (cláusula 21ª), en la adición 4ª de dicho testamento aclaraba que en las anteriores facultades a su esposa no se incluían "las pinturas, cómodas, sillas buenas, mesas y espejos y todo lo que corresponde al oratorio de esta mi casa, que es mi voluntad se conserve y pase al Colegio de Educación para su adorno cuando este se establezca".

No se han localizado datos sobre las adquisiciones de las obras, no se puede descartar que algunas piezas fuesen trasladadas desde Madrid o Cartagena, en cuyas ciudades había residido. Si bien lo más probable es que, en su gran mayoría, las obras pertenecieran, estilísticamente, a las escuelas sevillana, gaditana y jerezana del Barroco dieciochesco, así como al Neoclasicismo, característico del último tercio del siglo XVIII y principios del XIX.

Como era frecuente en la época, el grueso de la colección pudo ser adquirido en alguna almoneda sevillana, de cuya ciudad era natural Francisco de Paula y se halla próxima a Sanlúcar, lo que facilitaría el transporte. También cabría conjeturar que las obras fueran compradas, no de forma totalmente arbitraria, sino siguiendo un criterio de ubicación y funcionalidad en las diferentes estancias de las tres casas donde iban a ser colocadas, tanto en la ciudad como en el campo. Por ejemplo, las obras de tema religioso se destinaron a los oratorios y dormitorios, mientras que la pintura profana y mitológica se reservó para comedores, salas de estrado y gabinetes.

La colección se distribuía en tres inmuebles: la casa residencial de la calle Caballeros (parte principal del actual Palacio Municipal)[6], y las casas rurales de la hacienda de La Jara y la hacienda de Brevas o El Administrador (términos de Rota y Chipiona). Las tres casas disponían de oratorios con autorización eclesiástica para celebrar oficios religiosos[7]. Si bien, gran parte de los bienes artísticos y los de mayor calidad se concentraron en la casa residencial.

Llama la atención la existencia de tres oratorios ubicados en cada una de las casas citadas, pues en general esta dependencia no suele consignarse en los inventarios de la época, bien por no existir en la mayoría de las casas acomodadas, o bien porque los inventarios no aparecen apreciados por estancias, sino que las obras se contabilizan de forma global, distinguiéndose sólo por su naturaleza material. Por ejemplo, en Jerez de la Frontera, en los 357 inventarios estudiados por González Beltrán, para la segunda mitad del siglo XVIII, sólo se recogen ocho oratorios[8].


jueves, 15 de junio de 2023

Tío Pepe, una marca tan antigua como codiciada.


Texto elaborado a instancia de la Fundación González Byass para el catálogo de la exposición "Tío Pepe, de Jerez al mundo: historia de un icono", celebrada en Jerez, entre marzo y abril de 2023. El texto original quedó subdividido en dos partes en el catálogo, mientras que algunos párrafos fueron integrados en los textos genéricos de la bodega. Transcribo aquí el texto original completo.


Ana Gómez Díaz-Franzón

Dra. Historia del Arte

La prestigiosa marca Tío Pepe, de bodegas González Byass, es una de las más antiguas de España y la primera conocida, junto a su etiquetado, de la comarca vinícola gaditana, triangulada por Jerez de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda y El Puerto de Santa María. Esta marca y su conocida imagen publicitaria de la botella-guitarrista (Pérez Solero, 1936-1940) han transcendido los límites de la simple denominación comercial de un vino, para convertirse hoy en referente nominal e iconográfico de un extraordinario entramado empresarial.

Aunque no se conoce la fecha exacta de su lanzamiento, Tío Pepe nace en el seno de la bodega González & Dubosc (1838-1855) -primitiva razón social de González Byass-, cuya compañía estaba entonces compuesta por el fundador, Manuel María González Ángel, junto a Juan Bautista Dubosc y Francisco Gutiérrez Agüera.

El nombre Tío Pepe se refiere al tío materno del fundador, el sanluqueño José Ángel y Vargas, que en los primeros momentos de la empresa prestó su consejo y ayuda a Manuel María González en las tareas bodegueras, montándose por aquellos años las soleras de Tío Pepe, en su honor.

Las primeras noticias documentadas de esta marca se localizan al mediar el siglo XIX. En 1853 se halla la primera mención en el Archivo Histórico de González Byass. También se sabe que, en 1855, González & Dubosc envió a Lord Bromlow Cecil, Gobernador de Gibraltar, como regalo de Navidad, una caja surtida de veinticuatro botellas de vino, siendo seis de Tío Pepe. Y en 1859 este vino se comercializaba en Madrid, en el establecimiento de M. Tudela, situado en la calle Jacometrezo.

Aunque desde 1850 (R.D. de 20 de noviembre) se podían registrar las marcas de fábrica en el Registro de la Propiedad Industrial, el registro de Tío Pepe fue solicitado por González Byass y Cía. en 1885, cuando aparece incluida en un grupo de treinta marcas “para distinguir vinos”, que en su mayoría -veintitrés- fueron solicitadas de nuevo en 1887, siendo estas últimas concedidas en 1888. En la esmerada solicitud registral, la bodega hace constar que algunas de estas marcas ya se usaban con anterioridad a esa fecha, algunas “desde su fundación, en 1835, y que por estar muy acreditadas exigen su registro para evitar falsificaciones”.


Solicitud de registro de treinta marcas por González, Byass y Cª en 1885. (AHOEMP). Publicado en Iconografía publicitaria del Marco de Jerez, Vol. I, de Ana Gómez Díaz-Franzón.