Desde el templo del Lucero: Iconografía publicitaria del vino
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martes, 26 de enero de 2021

Publicado el tercer volumen de la obra “Imagen publicitaria del Marco de Jerez (1868-1936). Un retrato de la época”. Volumen III

 



En los últimos días ha sido publicado el tercer y último volumen de la obra Imagen publicitaria del Marco de Jerez (1868-1936). Un retrato de la época, de la historiadora sanluqueña Ana Gómez Díaz-Franzón. El diseño de cubierta y la maquetación han corrido a cargo de Enrique López Marín, diseñador y profesor de la Universidad de Granada.

Esta obra en tres volúmenes analiza, por primera vez, los inicios y desarrollo de la publicidad comercial en el actual Marco de Jerez (Cádiz), entre 1868 y 1936. Esta comarca vitivinícola, que afecta sobre todo a las ciudades de Jerez de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda y El Puerto de Santa María, se incorporó en fechas tempranas al contexto general de la ilustración gráfica española con fines publicitarios, constituyéndose en uno de sus centros pioneros.


jueves, 19 de diciembre de 2019

Publicado el segundo volumen de la obra “Imagen publicitaria del Marco de Jerez (1868-1936). Un retrato de la época”. Volumen II



Recientemente ha sido publicado el segundo volumen de la obra Imagen publicitaria del Marco de Jerez (1868-1936). Un retrato de la época. Volumen II, de la historiadora Ana Gómez Díaz-Franzón.
El diseño de cubierta y la maquetación han sido realizados por el diseñador y profesor de la Universidad de Granada, Enrique López Marín.
Esta obra en tres volúmenes analiza, por primera vez, los inicios y desarrollo de la publicidad comercial en el Marco de Jerez (Cádiz), entre 1868 y 1936. Esta comarca vitivinícola, que afecta sobre todo a las ciudades de Jerez de la Frontera, El Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda, se incorporó en fechas tempranas al contexto general de la ilustración gráfica española con fines publicitarios, constituyéndose en uno de sus centros pioneros.
Tras el análisis de los elementos que intervienen en la producción y elaboración del material publicitario, junto a las primeras marcas registradas o estructura formal del etiquetado, tratados en el volumen I, este segundo tomo aborda algunas de las principales categorías iconográficas que componen el conjunto publicitario, en especial en las etiquetas de los vinos, aguardientes y licores del Marco de Jerez.

domingo, 15 de diciembre de 2019

Bodegas Argudo e industria maderera (Jerez de la Frontera), a través de la prensa y la publicidad



Bodegas Argudo en 1894. 



Ana Gómez Díaz-Franzón
Dra. Historia del Arte

Nota de la autora. Esta investigación fue realizada en 2014 por encargo de una persona, sin relación con la familia Argudo, que no quiso cumplir con el presupuesto pactado, por lo que el trabajo no fue entregado. Ya está bien de que nos traten a los historiadores como jarrones chinos de Juegos Florales con regateo incluido. Es necesario dignificar esta profesión. Lo publico ahora para aquéllos a quienes pueda interesar.


Tres generaciones de la familia Argudo de Jerez de la Frontera mantuvieron en activo las Bodegas Argudo, que está documentada desde el último tercio del siglo XIX. Esta bodega jugó un destacado papel en la industria del vino, aguardientes y licores, propia del Marco de Jerez, y sobresalió especialmente en la fabricación de coñac o brandy. Así, durante más de setenta años la familia Argudo estará presente en el sector industrial y en el tejido empresarial de Jerez de la Frontera, formando parte de su historia productiva.
Desde sus inicios esta empresa también se dedicó a la comercialización e industria de la madera, además de otras actividades empresariales, distinguiéndose por una singular diversificación de los negocios. La producción de vinos y coñac se encuentra documentada hasta finales de los años 40, mientras que la industria de la madera se mantendrá en la familia, al menos, hasta finales de los años 60 del siglo XX.


El fundador de la empresa, el jerezano Sebastián Argudo y Guijarro (Jerez de la Frontera, 1837-1910) destacó por ser un sobresaliente emprendedor, tenaz y polifacético hombre de negocios, que hacia 1868 contrajo matrimonio con la también jerezana Josefa Flores Guillén, de cuya pareja nacieron sus hijos José, Joaquín y Rosario Argudo Flores[1], continuando los dos primeros con las actividades empresariales de la familia.
A la diversidad de las actividades económicas de Sebastián Argudo se refiere Mariano de Mazas en 1894, en el capítulo dedicado a la provincia de Cádiz en la obra España en fin de siglo:
“Desde muy niño mostró afición arraigadísima al trabajo, y muy joven empezó a trabajar en los negocios que hoy le ocupan. Es infatigable y atiende personalmente infinidad de asuntos completamente distintos.
Es cosechero y almacenista de vinos, tiene una espléndida fábrica de aguardientes cognacs, trafica en maderas y carbón mineral y preside, como llevamos dicho, todos sus negocios, por lo que tiene adquirida sólida fama de trabajador inteligente e infatigable”. [2]
Las características  y evolución de estas dos principales actividades económicas de la familia Argudo, la producción de vinos  coñac y la maderera, se pueden rastrear a través de los anuarios industriales y empresariales, así como por las etiquetas de vinos y coñacs y demás material publicitario de esta empresa.
La bodega de Sebastián Argudo y Guijarro fue fundada en 1886 en Jerez de la Frontera, según se desprende de la fecha inserta en el propio logotipo de la casa, reproducido en algunas etiquetas y anuncios publicitarios, así como por la referencia que se hace en algunos artículos de prensa[3], si bien el edificio, que sirvió como bodega y fábrica de la familia Argudo, se construyó con anterioridad, en 1873, por el arquitecto José Esteve López[4], situado en la calle Circo.
Esta fábrica-bodega se levantó durante la expansión urbana, de carácter industrial, que se produjo en los terrenos adyacentes a la plaza de toros durante el último tercio del siglo XIX. Aunque ya se habían edificado algunas bodegas en esta zona con anterioridad, será a partir de la aprobación de las alineaciones y demarcación de solares liberados, en 1870, para edificar en la calle Circo, cuando proliferó la actividad constructiva en estos terrenos.[5]
Un antiguo grabado, publicado en el libro citado, España en fin de siglo (1894), nos muestra la espaciosa fábrica-bodega de Sebastián Argudo en plena producción, con la chimenea humeante, el trabajadero y el tren bodeguero, que recorría las principales bodegas de la ciudad, donde se embarcaban los vinos y aguardientes para su comercialización, el cual terminaba enlazando con la línea general del ferrocarril. (Ver ilustración inicial).


Las trazas del amplio edificio se corresponden con el proyecto de bodega presentado en 1873 por José Esteve en el Ayuntamiento para su aprobación[6]. Fue edificada con muros de sillares pétreos y recercados en puertas, ventanas y arcos decorativos en las fachadas. 



Aunque el interior de la bodega ha sido vaciado, aún se conservan los muros de su amplia fachada hacia la calle Circo, pudiéndose observar en dos sectores principales cuatro tondos pétreos, que contienen las iniciales y siglas de la empresa; “S  / A / Y / Hno.”, correspondientes a la razón social “Sebastián Argudo y Hno.”, en referencia a Sebastián y su hermano Francisco Argudo. Con posterioridad este edificio pasó a manos de la empresa Duque & Cº, “Sucesores de J. M. Argudo Rivero". Actualmente la antigua fábrica-bodega se encuentra vaciada en su interior, conservándose sólo los muros de fachadas.
Este edificio funcionó como centro de operaciones para todas las actividades comerciales e industriales emprendidas por el enérgico empresario Sebastián Argudo, como la elaboración de vinos, fabricación de coñac, almacenaje y aserradero de maderas, transportes, comercialización de combustibles minerales y de granos al por mayor, etc. Por otra parte, las oficinas administrativas o escritorio siempre estuvieron en el centro de Jerez, en la calle Larga, 52 –más tarde denominada calle Duque de Almodóvar y hoy de nuevo calle Larga-, que también era la residencia familiar, donde permanecerían al menos hasta los años 50 del siglo XX.
Las actividades relacionadas con el sector de la madera también se iniciaron en la década de los años 70 del siglo XIX, como se constata en algunas facturas localizadas de estas fechas. Por ejemplo, en la cabecera de una factura emitida a José Mª Pan, en 1879, se consigna “Almacén de maderas y clavazón“, que por entonces era propiedad de “Sebastián Argudo y Hno.”. La empresa ya tenía su sede administrativa en la calle Larga, nº 52.[7]
Además de la anterior, se han hallado otras facturas y cartas comerciales de la casa Argudo, que están fechadas en 1898, 1910, 1913 y 1929, entre otras (todocolección.net). En su mayoría están dirigidas a la bodega jerezana “Gutiérrez Hermanos” a la que Argudo abastecía de cajas para envasar las botellas, entre otros productos[8].


También existe otra carta de 1906 remitida al Ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda por Sebastián Argudo[9] en referencia a la solicitud de vinos realizada por la Alcaldía de Sanlúcar para la "Exposición Vinícola" celebrada aquel año en la ciudad vecina. El bodeguero manifiesta que no podía enviar el donativo que se le pedía porque "mi negocio no es el de la exportación, sino únicamente almacenado al no ser exportador de vinos, para el que como Ud. comprende no es necesaria la propaganda". 

sábado, 1 de junio de 2013

I Fiesta de la Manzanilla en 1929



Ana Gómez Díaz-Franzón
Dra. Historia del Arte

Boceto (A.M.S.B.)

Para promocionar las principales marcas de manzanillas de Sanlúcar y en el contexto general de la celebración de la Exposición Iberoamericana de Sevilla, en agosto de 1929 se organizó en Sanlúcar de Barrameda la I Fiesta de la Manzanilla, que puede considerarse el antecedente más remoto de la actual Feria de la Manzanilla.

Esta “Gran Fiesta de la Manzanilla” fue promovida por la Comisión de Fiestas del Ayuntamiento de Sanlúcar, tras varios intentos en años anteriores, y contó con la colaboración de diversas bodegas sanluqueñas. El evento se celebró, mediante la exhibición en coso de carrozas, durante la noche del domingo, 25 de agosto de 1929, dando comienzo a las diez y media de la noche, en la plaza de América y paseo de La Calzada, entonces llamada Calzada de la Reina Mercedes.

Debido a la notoriedad que fue alcanzando la manzanilla en los diversos mercados desde el siglo XIX, este vino se había convertido en el más representativo de Sanlúcar, contando las más importantes empresas bodegueras con una marca principal de manzanilla, que se promocionaba de manera prioritaria sobre los otros caldos producidos en cada bodega. Por aquellos años, la actividad vitivinícola era uno de los más importantes sectores económicos de la población sanluqueña.

La crónica de este acontecimiento festivo apareció publicada en el periódico local El profeta sanluqueño (29-08-1929), donde se exponían los objetivos promocionales que se habían propuesto los vinateros sanluqueños, al participar en esta fiesta organizada en la época en que mayor afluencia de veraneantes había en la ciudad:

 “… festejo cumbre de la temporada dedicado a realzar las marcas de nuestros afamados vinos Manzanillas, productos únicos de nuestros viñedos, tan estimados por sus cualidades especiales (...) fue obligado la manifestación de elogio hacia las casas vinateras que aportaron su especial concurso con la doble finalidad expositiva de dar a conocer el nombre de sus marcas más recomendadas y la sensación de cuanta importancia tiene en Sanlúcar esta riqueza, una de las más importantes fuentes del desenvolvimiento económico de la vida local”.

La fiesta se centró en un certamen de carrozas, uno de las tipologías más populares de la publicidad efímera, al que concurrieron algunas de las principales casas bodegueras de Sanlúcar, presentando cada una un montaje representativo de su marca de manzanilla más conocida. El concurso estuvo seguido de un “Coso policromado” o batalla de serpentines, flores y confetis, en el que participaron los carros concursantes y otros que asistieron fuera del certamen. Durante la tarde de ese mismo día se celebró una corrida de toros y el evento finalizó con fuegos artificiales.

Al objeto de darle un mayor esplendor al festejo, el Ayuntamiento instaló un alumbrado extraordinario y para el público asistente se montaron unos palcos en la plaza de América, destinados a SS.AA.RR. el Infante de Orleáns-Borbón y sus hijos, las autoridades y el jurado del evento; así como otros palcos públicos en los andenes laterales. Además se colocaron varias filas de sillas a lo largo del paseo de la Calzada. Cada palco constaba de ocho asientos y su precio se fijó en quince pesetas. Los asientos de la primera fila costaron una peseta, mientras que el precio de los de segunda y tercera fila fue de 0,50 pesetas. La recaudación de estas entradas supuso el único ingreso económico del festejo.

Aunque en principio prometieron su asistencia diecisiete bodegas[1], finalmente sólo participaron once carrozas, aunque la Comisión organizadora había invitado a participar a veintiséis vinateros sanluqueños y González Byass de Jerez, cuya empresa ha estado siempre muy vinculada a Sanlúcar, debido especialmente al origen sanluqueño de su fundador, Manuel María González Ángel, manteniendo bodegas en la ciudad.

Algunos bodegueros excusaron su asistencia por diversas razones, como Francisco García de Velasco, quien señala en su correspondiente misiva (12.07.1929), que no podría participar debido a los elevados gastos de propaganda realizados aquel año por su presencia en la Exposición Iberoamericana de Sevilla. Por su parte, Manuel de Argüeso Río, en nombre de su padre, declinó la invitación por no interesarle (12.07.1929) [2].

Además concurrieron algunas otras carrozas fuera de concurso, al único objeto de formar parte en el desfile o "coso policromo" con batalla de serpentinas, flores y confetis, que tuvo lugar con posterioridad al certamen.

De algunas las carrozas participantes se conservan antiguas fotografías, que muestran con detalle aquellas efímeras representaciones publicitarias del vino sanluqueño.

Al objeto de que el fallo del certamen “tuviera absoluta garantía de imparcialidad”, los miembros del jurado fueron escogidos entre “personas forasteras y de reconocida competencia artística, quedando constituido por el Alcalde de Sanlúcar, Antonio de León Manjón, como Presidente de honor; Pelayo Quintero, delegado regio de Bellas Artes en la provincia de Cádiz, como Presidente efectivo; y los vocales Cesar Pemán Pemartín, catedrático de Bellas Artes; Federico Godoy Castro, conocido pintor gaditano y catedrático de Artes de la Escuela de Bellas Artes de Cádiz; Juan Luis Romero Aranda, arquitecto provincial; y el pintor jerezano Manuel González Agreda. Poco antes de celebrarse el concurso, los miembros del jurado fueron recibidos por el Alcalde y el vocal de la Comisión, José L. Acquaroni Fernández, siendo invitados a cenar en el restaurante Miramar[3].

miércoles, 11 de julio de 2012

Guerra y libertad en los vinos del Marco de Jerez

Iconografía publicitaria en las etiquetas de vinos, aguardientes y licores.

Guerra de la Independencia, Constitución de Cádiz, independencia de la repúblicas latinoamericanas y su época.


Desde finales del siglo XIX, la publicidad comercial de los vinos, aguardientes y licores del actual Marco de Jerez, especialmente las etiquetas que acompañan a las botellas, ha plasmado en sus ilustraciones diversos asuntos sobre algunos hechos históricos y personalidades vinculadas a la Guerra de la Independencia, la Constitución de Cádiz y las posteriores revoluciones liberales en Latinoamérica.
Estas marcas comerciales se inscriben en un conjunto iconográfico más amplio referido tanto a la historia de España como a la de otros países, donde se exaltan sus hechos y personajes más destacados. En general, las etiquetas de tema histórico se encuentran asociadas a caldos de alta graduación, tales como amontillados, olorosos y coñacs o brandies. Cabría aclarar que a estos últimos tipos de aguardientes se denominarán “coñac” o “cognac” en el actual Marco de Jerez hasta que la región francesa de Cognac hizo valer judicialmente el uso exclusivo de esta denominación genérica (1928), pasando desde entonces a llamarse “brandy” en la comarca jerezana, por lo que en el material publicitario de las primeras décadas del siglo XX aparecerán los términos “coñac” o “cognac” indistintamente.
Mediante esta correspondencia, establecida entre los tipos de caldos y las específicas imágenes que los presentan, se transmiten a los caldos los “elevados” valores de las hazañas y héroes representados, sobre todo el vigor y la fortaleza atribuidos por el movimiento romántico al carácter hispano tras la guerra de la Independencia. Además, en concordancia con la antigüedad que distingue a los héroes históricos reproducidos, esta correspondencia simbólica viene también a enfatizar la vejez que caracteriza a ciertos vinos y coñacs o brandies.

La guerra de la Independencia inaugura un período de exaltado patriotismo entre la población española, cuya rebeldía y valentía, demostradas a través de la guerrilla, dio lugar al imprevisto triunfo que convirtió a todo el pueblo español en protagonista y héroe vencedor frente al enemigo francés. A partir de entonces se forjó, con la ayuda del movimiento romántico, una serie de mitos nacionales que perdurarán hasta bien entrado el siglo XX. Es esta “mitología nacional” la que aparece plasmada en este grupo de imágenes publicitarias.
La enorme repercusión que tuvo la resistencia demostrada por el pueblo español, ante las tropas napoleónicas, junto a la proclamación de la Constitución de Cádiz, dio lugar a la fijación de una nueva imagen de la “esencia nacional”. En consecuencia, se rectificó la imagen de España que, por aquel entonces, se hallaba bastante infravalorada en la Europa ilustrada de la Enciclopedia y la Razón. Surge así una nueva identificación de España vinculada a un conjunto de mitos y símbolos, no sólo como consecuencia de la guerra de la Independencia, sino también debida a la influencia del período liberal y a la proclamación de la Constitución de Cádiz. España exportó los modelos de las revoluciones liberales de 1812 y 1820, así como sus instrumentos constitucionales, a Italia, Alemania e incluso a Rusia. A partir de entonces surge una nueva imagen de España. Todo lo español, su cultura y sus artes, comenzaron a ejercer una gran fascinación en Europa. Esta nueva imagen fue ampliamente difundida por los viajeros románticos europeos y, en gran medida, ha perdurado hasta nuestros días.
La excesiva perduración de aquel “espíritu nacional”, basado en los mitos y símbolos románticos, se debe principalmente al prolífico reaprovechamiento que hizo de ellos la propaganda política del régimen franquista. Aquellos viejos signos de identidad nacional, aquellos “valores patrióticos” y “excelencias nacionales” fueron difundidos a través de los libros de texto e incluso de la canción española, como eficaces canales propagandísticos que impregnaron las mentalidades de varias generaciones de españoles durante el siglo XX.

De igual modo que ocurrió en otras artes, como la pintura o la literatura, ese “patriotismo” decimonónico, revitalizado durante el franquismo, ha quedado materializado en la iconografía de la ilustración comercial y, de modo más concreto, en la publicidad emitida por los vinateros del actual Marco de Jerez.
Las composiciones vinateras de este grupo apelan con frecuencia a los más clásicos mitos y héroes románticos de la historia de España, en cuyas hazañas y personajes se ha fundamentado la grandeza de la nación durante casi dos siglos. En las ilustraciones del etiquetado se representan estos hechos históricos y sus protagonistas, desde la reconquista cristina a la guerra de la Independencia. En general, la estrategia publicitaria persigue con estas representaciones procurar el más inmediato reconocimiento del país de origen de estos caldos por parte del consumidor, de forma que repercuta en su óptima comercialización, así como satisfacer la demanda de ciertos grupos patrióticos existentes dentro y fuera del ámbito nacional. Todos estos antiguos héroes encarnan los valores y cualidades que, desde el siglo XIX, se habían adjudicado al arquetípico hombre español, esto es, su extraordinaria valentía, sentido del honor y amor a la patria, así como ese legendario carácter guerrero, aventurero y conquistador, que había singularizado a los diversos pueblos hispanos desde la época romana a la guerra de la Independencia.

Estas ilustraciones no sólo recurren a los mitos del pasado histórico nacional para identificar los vinos y brandies con España, como país de origen, o para satisfacer los deseos de identificación de sus potenciales consumidores, sino que en su selección también juega un importante papel el establecimiento de una clara analogía simbólica entre la antigüedad de las representaciones y la vejez de los caldos anunciados, deslizándose este código de antigüedad, propio del universo de la Historia, hacia el mundo vinatero. Así, se produce un proceso de trascodificación por el que los códigos propios del discurso histórico se trasladan hacia el universo comercial vinatero. En consecuencia, en esta unidad iconográfica predominan los caldos de mayor graduación y vejez, como los “coñacs” o brandies, olorosos y amontillados, de forma que los vinos más ligeros ocupan un lugar muy secundario, tal como se constata en la escasa presencia de finos y manzanillas.
En la misma línea simbólica, acorde con las excelencias de las gestas y héroes reproducidos, la mayoría de los personajes representados en estas etiquetas son masculinos frente a un escaso porcentaje de figuras femeninas. Esta supremacía también se explica por ser estos tipos de caldos, de elevada graduación y precio, consumidos principalmente por el sector masculino de la población, principal destinatario al que se intenta identificar con los ilustres presentadores gráficos.
Desde la perspectiva plástica, buena parte de estas estampas vinateras de tema histórico se estructuran mediante fondos con tonalidades ocres y marrones en gradación, que vienen a simular el cromatismo de los viejos pergaminos. El particular colorido de estas “etiquetas-pergamino” contribuye a redundar sobre el principal significado de vejez que se quiere conferir a los caldos, como ocurre en el caso de algunas etiquetas de brandy Independencia de Osborne y Cía. A veces incluso se reproduce la figura completa de un vetusto pergamino con sus característicos ángulos enrollados que, a modo de trampantojos, simulan estar fijados al soporte con pequeños clavos. Es el caso de la estampa de brandy Emperador, de E. Delage.  

Para acentuar aún más el significado de vejez, que se desea transferir a los caldos, es habitual que las orillas de las etiquetas tengan formas onduladas e irregulares, intentándose reproducir las características propias de los antiguos pergaminos carcomidos por el tiempo. Y también es frecuente el uso de caracteres góticos en la tipografía, apareciendo las letras capitales profusamente decoradas y destacadas sobre el resto de la composición, mediante distinto color y mayor tamaño. Este carácter goticista de los componentes textuales vuelve a incidir sobre la vejez de las soleras y caldos presentados.

Respecto a los modelos iconográficos utilizados en estas composiciones vinateras, una de sus principales fuentes de alimentación fue la pintura de historia, la “pintura oficial” imperante en España durante la segunda mitad del siglo XIX. Los litógrafos y dibujantes, encargados de elaborar estas etiquetas, usaron habitualmente las revistas ilustradas de la época, donde aparecían reproducidos los más célebres retratos y pinturas de historia de la época, que sirvieron de inspiración o fueron copiados fidedignamente en las etiquetas. A veces, aquellos modelos que aparecían en las publicaciones periódicas, en blanco y negro, fueron enriquecidos con el color aportado por la técnica cromolitográfica, utilizada para imprimir las etiquetas hasta mediados del siglo XX y cuya riqueza cromática viene a compensar la evidente pérdida de calidad respecto al modelo pictórico original.

Por ejemplo, en una etiqueta de brandy Independencia (Osborne y Cª) se reproduce un retrato de Fernando VII (Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid) realizado por el conocido pintor Vicente López, obra que se convirtió en retrato oficial del monarca durante bastantes años. Y en otra etiqueta de oloroso Bailen 1808 (Osborne y Cía.) se traslada la pintura de historia La rendición de Bailen, de José Casado del Alisal, si bien aquí el referente pictórico se ha simplificado en parte y ha perdido el color original al reproducirse sólo la escena central de la pintura.
Estas etiquetas basadas en el retrato y la pintura de historia ponen de manifiesto la destacada función divulgativa que, además de la puramente informativa, cumplieron las etiquetas vinateras de entresiglos, al constituirse en singulares medios de difusión de las artes plásticas propias de su época.

miércoles, 21 de marzo de 2012

El flamenco en el etiquetado vinatero del Marco de Jerez

Artículo publicado como "La mujer flamenca en el etiquetado vinatero del Marco de Jerez", en Revista de Flamencología, nº 10. Cátedra de Flamencología de la Universidad de Cádiz. Jerez de la Frontera, 1999 [texto revisado e inclusión de ilustraciones] 



El universo iconográfico plasmado en las manifestaciones publicitarias de los vinos, licores y aguardientes del actual Marco de Jerez –Jerez de la Frontera, El Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda- es muy rico y variado. Uno de sus capítulos más destacados es el dedicado a los espectáculos populares. En este ámbito, la representación de los protagonistas del arte flamenco y sus manifestaciones festivas constituyen una de sus unidades más atractivas.
Así, esta temática del flamenco actúa como núcleo principal de numerosos mensajes publicitarios, que fueron utilizados –y aún se siguen usando- para promocionar los caldos de la comarca jerezana. Sus expresiones más interesantes se concentran en los últimos años del siglo XIX y primeras décadas del XX. Este mundo flamenco ha quedado materializado en diferentes soportes, entre los que sobresale el etiquetado que, por acompañar directamente a las botellas, se produjo en mayor cantidad habiéndose conservado numerosos ejemplares. En este trabajo nos ocupamos exclusivamente de este soporte de las etiquetas utilizadas por las bodegas en las primeras décadas del siglo XX.
Estas etiquetas de tema flamenco se pueden clasificar en tres variantes iconográficas, en base a sus contenidos figurativos y tratamiento lingüístico de sus composiciones. En primer lugar se localiza un conjunto de estampas de articulación casi exclusivamente textual, cuyas denominaciones o nombres de marca aluden al mundo flamenco. En segundo lugar se encuentran aquellas etiquetas donde concurren escenas costumbristas, de carácter festivo y galante, las cuales están protagonizadas por grupos o parejas de aflamencadas figuras femeninas y atildados toreros o “manolos”. Y, por último, hallamos otro grupo de representaciones compuestas exclusivamente por una mujer gitano-andaluza vinculada a los ambientes flamencos.
Formalmente, la mayoría de estas etiquetas de signo flamenco presentan características muy semejantes. Los componentes icónicos suelen dominar la composición ocupando todo el campo de la estampa, de forma que los elementos textuales quedan relegados a un segundo término, situándose próximos a los bordes superior e inferior de la etiqueta hasta el punto de pasar casi inadvertidos. Estos componentes verbales informan sobre el tipo de vino, marca, empresa y lugar de origen de los caldos que se presentan, aunque a veces no todos estos datos están presentes, bien por carecer algunas etiquetas de marca, bien porque algunos ejemplares conservados están faltos de esa segunda reimpresión tipográfica que era habitual para estampar tales elementos textuales.
Desde el punto de vista plástico, la mayoría de estas composiciones, realizadas "al cromo" -a todo color-, presentan un colorido vivo e intenso, de gran impacto visual. Por lo que, publicitariamente, estas etiquetas debieron constituirse, durante aquellas décadas de entresiglos, en reclamos muy llamativos en una sociedad acostumbrada hasta entonces a mirar en blanco y negro. Al mismo tiempo, las tonalidades vivas y brillantes de estas pequeñas cromolitografías vienen a redundar en la alegría y vitalidad propias de las artísticas manifestaciones flamencas que reproducen, reforzando así los contenidos semánticos de un mensaje esencialmente festivo y popular.

1. Denominaciones de marca
La primera variante del etiquetado flamenco está constituida por algunas composiciones que se articulan casi exclusivamente por los nombres de marcas, cuyos elementos verbales suelen completarse con pequeños escudos, anagramas o representación de las medallas obtenidas en exposiciones por la casa vinatera en cuestión.
      

Estas denominaciones de marca, cuya tipografía más o menos ornamental protagoniza la composición, aluden directamente al mundo flamenco, estableciéndose una clara analogía simbólica entre esas denominaciones flamencas y las cualidades de los vinos que presentan. Es el caso de manzanilla La Flamenca (Pedro Rodríguez e Hijos); fino Pandereta (D. G. Gordon); fino Cañí o manzanilla Chipén (Pedro Díez Ysasi), voz gitana que se podría traducir en su acepción de "excelente", "de superior calidad", en referencia  a las cualidades del vino que acompaña.

Otras denominaciones de vinos alusivas al arte flamenco -palos de cantes, nombres de bailes, etc.-, aparecerán también en las otras dos variantes iconográficas de este etiquetado, funcionando entonces como elementos redundantes de las significaciones expresadas en las escenas representadas (amontillado Flamenco, manzanilla Martinete, manzanilla Bailadora, manzanilla Petenera…) Generalmente, en este terreno verbal, las marcas de la mayor parte de las etiquetas flamencas casi nunca aluden al mundo del vino que presentan, de forma que se produce una clara traslación de los códigos y significaciones propias del arte flamenco hacia el territorio vinícola.

2. Escenas festivas y galantes
La segunda variante de las etiquetas flamencas está compuesta por una serie de ilustraciones de carácter narrativo, que se vinculan al flamenco en sus dimensiones festiva y galante y están protagonizadas por grupos o parejas de mujeres gitano-andaluzas y toreros o “manolos”. En base al tipo de personaje representado, este grupo de estampas componen una unidad iconográfica bien diferenciada que podemos denominar “tauroflamenca”. Las escenas se encuentran muy a la próximas a la temática propia de la pintura costumbrista andaluza, que en muchos casos funcionó como modelo directo para las estampas del vino, donde se recoge la concepción romántica de la fiesta popular como "expresión colectiva más singular" del pueblo andaluz (Reina Palazón, 1979: 65). Por su parte, la mujer gitano-andaluza tiene aquí un papel de coprotagonista, junto a los personajes masculinos que la acompañan.
 

sábado, 11 de febrero de 2012

Los vinos medicinales en la antigua publicidad del Marco de Jerez


Comunicación presentada en III Simpósio Internacional de História e Civilizaçao da Vinha e do Vinho. Funchal-Madeira (2003). Publicado en Actas do Simpósio da Associaçáo da Vimha e do Vinho. Centro de Estudos de Historia do Atlántico (CEHA) Secretaria Regional do Turismo e Cultura. Funchal, 2004.


“el doctor había mandado que se le diera doble dosis de la nuez vómica, seguir con las cucharadas por la noche, las papeletitas por el día, y a sus horas el Jerez o Pajarete”
(Pérez Galdós: Fortunata y Jacinta, 1887; 261-262)

A través de la historia han sido numerosos los historiadores, científicos y literatos[1] que han exaltado las propiedades medicinales y nutritivas del vino en general y del jerez en particular. En consonancia con estas atribuciones, entre mediados del siglo XIX y primeras décadas del XX, cuando aún no se habían producido los actuales avances farmacológicos, algunos determinados vinos producidos en el Marco de Jerez, así como en otras regiones vitivinícolas españolas y europeas, se comercializaron como remedios medicinales y reconstituyentes.
Esta consideración del jerez o sherry como recurso terapéutico quedará plasmada diversos soportes y medios a través del tiempo. Por ejemplo, en los índices de algunos catálogos extranjeros de farmacopea, tanto americanos (1850) como ingleses (1851), el jerez aparece como un remedio medicinal más, asignándosele el término de Vinum Xericum[2].
Asimismo, en una antigua tarjeta publicitaria del caldo Trafalgar (J. M. Rivero. Jerez), ilustrada someramente con la figura de una botella, se recogen célebres frases pronunciadas por autoridades científicas en torno a las cualidades terapéuticas del vino en general, que aquí se utilizan a modo de eslóganes, junto a un texto más amplio donde se establecen las equivalencias nutricionales del vino respecto a diversos productos alimenticios:
            "El Vino es la más sana y la más higiénica de las bebidas. Pasteur"
“El alcoholismo es menos frecuente en los países consumidores de vino. Dr. Bertillón"
“Un litro de vino, además de sus cualidades como bebida higiénica y estimulante tiene un valor alimenticio equivalente al de 90 cls. de Leche, 370 grs. de Pan; 585 grs. de Carne; 5 huevos. Según resultado de análisis hecho por eminencias médicas”
Los vinos medicinales elaborados en el Marco de Jerez estaban compuestos a base de quinina, alcaloide obtenido de la corteza del árbol de la quina, cuyas propiedades febrífugas y antisépticas constituyeron durante siglos un remedio muy eficaz contra diversas enfermedades caquécticas e infecciosas como la malaria, el tifus o la gripe, hasta que a finales del primer tercio del siglo XX se obtuvieron productos similares de origen sintético. Debido a su composición estos vinos fueron llamados “vinos quinados”, “vinos para enfermos” e incluso “vinos milagrosos”; y en la comarca jerezana fueron denominados “Jerez Quina”, a cuyo genérico nombre suele agregarse casi invariablemente las cualificaciones de "Tónico, aperitivo y reconstituyente", pudiendo consignarse también otras propiedades específicas como "ferruginoso" o "digestivo".
Durante la época de la Restauración, los bodegueros y algunos farmacéuticos de la zona aprovecharon los vacíos existentes en la farmacología, así como las recomendaciones de los modernos médicos "higienistas”[3], para multiplicar la producción de los vinos quinados, al tiempo que proliferaban sus correspondientes imágenes publicitarias.
La elaboración de estos caldos energéticos comenzó a descender en las décadas de los años 40 y 50 del siglo XX, como consecuencia de la aparición en el mercado farmacológico de nuevos productos que atendieron de forma más eficaz las necesidades de los antiguos consumidores. Sobre la profusa elaboración de vinos quinados en el ámbito jerezano y la intensa labor científica desarrollada por algunos bodegueros en torno a la producción de los caldos medicinales, escribe José de las Cuevas:
"En muchas bodegas jerezanas, por ejemplo en Real Tesoro hay ya naves enteras dedicadas al vino de quina, donde junto al Pedro Ximénez cuecen cortezas y plantas medicinales. D. Cayetano del Pino y Vázquez dedicó muchos años de su vida y sus conocimientos de enólogo al estudio de estos vinos (...) también logró otra especialidad para diabéticos, el vino "Tasmán” y el primer “Chianti de Jerez Blanco”, por cierto servido en el Menú Real en el banquete ofrecido a S.M. Don Alfonso por el Ayuntamiento de Jerez el año 1904. Cayetano del Pino pretendía reunir no sólo las condiciones de tónico y de constituyente, sino al par, la de aperitivo y obtuvo el Monja Quina"[4]
Todavía en algunas notas de precios de los años 50 y 60 del siglo XX continúan comercializándose estos vinos quinados, tal como se puede constatar en una tarifa de precios de Luis Caballero perteneciente a 1952, donde se encuentra consignado el jerez quina Primera; así como en otra nota de precios de esta misma empresa, fechada ya en 1967, en la que se sigue anunciando el jerez quina Caballero. Aún en el Reglamento del Consejo Regulador de 1969 se contempla la elaboración en el Marco de Jerez de estos tradicionales vinos quinados o aromatizados con frutas, para cuya obtención debían cumplirse los requisitos establecidos en dicha normativa, pudiendo denominarse a este tipo de caldo “jerez quinado” y “jerez aromatizado”. Sin embargo, a partir de esas fechas, estos vinos se producen ya en muy escasas cantidades, habiendo desaparecido en la actualidad del ámbito productivo de la comarca.

Iconografía de los vinos medicinales. Correspondencias y funciones.
Los contenidos publicitarios que acompañan a estos específicos caldos medicinales se verán afectados por ese generalizado fenómeno de correspondencias iconográficas, que se produce habitualmente entre las propiedades organolépticas de cada tipo de caldo y sus iconos publicitarios. Por tanto, las representaciones gráficas de estos vinos quinados van a estar acordes con las cualidades reconstituyentes que se les atribuyen, siendo estas imágenes de signo religioso en su mayoría .
Tanto en el etiquetado como en la cartelería comercial o los anuncios ilustrados de estos caldos medicinales se plasman sobre todo temas extraídos de la religiosidad popular, aunque no faltan algunas representaciones de carácter sanitario, figuras infantiles y otros de diversa naturaleza, aunque en menor proporción. Así, a través de esta asociación publicitaria entre vinos medicinales e iconografía religiosa se establece una analogía simbólica entre las propiedades tónicas y efectos medicinales otorgados a estos caldos y los poderes taumatúrgicos asignados tradicionalmente a ciertos personajes del panteón cristiano.

martes, 10 de enero de 2012

Vinos de Oporto y Madeira. Antigua iconografía publicitaria emitida por bodegueros del Marco de Jerez.

Comunicación presentada en II Simpósio Internacional de História e Civilizaçao da Vinha e do Vinho “A Vinha e o vinho na Cultura da Europa”. Facultad de Letras de la Universidad de Oporto (FLUP) Oporto-Lamego-Vila Real (2001); publicado en Douro. Estudos & Documentos, nº 15, 2003.


La gran demanda que se produce, en las últimas décadas del siglo XVIII, de los vinos denominados "de lujo" -sobre todo oporto y jerez-, principalmente por parte de Gran Bretaña y los países de Europa noroccidental, se ha considerado como uno de los factores clave que provocaron la industrialización del sector vitivinícola[1]. Estas circunstancias dieron lugar al establecimiento de nuevas empresas vinateras con fines exportadores, muchas de ellas británicas, en las comarcas vitivinícolas europeas de mayor prestigio y calidad, como Jerez, Oporto y Madeira:
"Fruto del aumento del consumo externo, se creó en Oporto una amplia comunidad de mayoristas exportadores generalmente británicos, que además de intermediar la venta de vinos jóvenes, encabezados y mezclados para satisfacer los pedidos ingleses, empezaron a criar vinos de calidad Superior en sus almacenes de Oporto y Vilanova de Gaia. Las localidades del Marco del jerez fueron asimismo escenario en el período 1760-1840, de un amplio conjunto de transformaciones que afectaron a todos los niveles de la actividad vinícola" (Pan Montojo, 2001: 4-5)
La ampliación de mercados y diversificación en la producción vinícola, que acompañaron a este proceso industrializador, propiciaron también que estos tipos de caldos tan demandados fuesen sistemáticamente imitados y falsificados por parte de las más diversas comarcas vinícolas, tal como ocurrió con el jerez o sherry (british sherry; sherry del Cabo, sherry australiano o sherry de Chipre). Así, durante la segunda mitad de siglo XIX y primer tercio del XX, numerosas empresas de diferentes zonas geográficas usurparon la autenticidad de las más famosas denominaciones de origen, trastocándolas en denominaciones genéricas, al objeto de poder fabricar en cualquier lugar del mundo falsos jerez, oporto y madeira. En palabras de Maldonado Rosso (1998, 145): "en el mercado vitivinícola internacional reinaba la ley de la Selva. En todas partes se producían e imitaban todo tipo de vinos y bebidas”
La comarca jerezana, en cuya esfera comercial se incluye por aquellos años el importante centro mercantil de la ciudad de Cádiz, participó de lleno en este generalizado fenómeno de falsificaciones vinícolas. La concreta producción y comercialización de falsos y auténticos madeiras en la zona gaditana ha sido ya objeto de un trabajo por parte de Maldonado Rosso (1998, 154), quien afirma:
"La provincia de Cádiz jugó un notable papel en la producción de imitaciones y falsificaciones de madeira, en el tráfico mercantil de supuestos madeiras producidos por terceros en otras zonas vitivinícolas españolas y, en menor medida, en la comercialización de auténticos madeiras."
Durante la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX, se elaboran en la comarca jerezana los tipos de caldos más famosos del mundo, tales como cognac, champagne, ron, malvasía, vermouth, málaga, marsala y, naturalmente, oporto y madeira. Como contrapartida, en las más variopintas zonas vinícolas, españolas y extranjeras, se fabricaban sherries en abundancia. Incluso en las comarcas vitivinícolas jerezana y portuguesas se producían adulteraciones y falsificaciones de sus propios caldos, a fin de atender la gran demanda de los mercados.