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miércoles, 11 de julio de 2012

Guerra y libertad en los vinos del Marco de Jerez

Iconografía publicitaria en las etiquetas de vinos, aguardientes y licores.

Guerra de la Independencia, Constitución de Cádiz, independencia de la repúblicas latinoamericanas y su época.

Referencia.- Ana Gómez Díaz-Franzón: Guerra y libertad en los vinos del Marco de Jerez [iconografía publicitaria e ilustración gráfica]. Cádiz: Diputación de Cádiz, 2009.


Desde finales del siglo XIX, la publicidad comercial de los vinos, aguardientes y licores del actual Marco de Jerez, especialmente las etiquetas que acompañan a las botellas, ha plasmado en sus ilustraciones diversos asuntos sobre algunos hechos históricos y personalidades vinculadas a la Guerra de la Independencia, la Constitución de Cádiz y las posteriores revoluciones liberales en Latinoamérica.
Estas marcas comerciales se inscriben en un conjunto iconográfico más amplio referido tanto a la historia de España como a la de otros países, donde se exaltan sus hechos y personajes más destacados. En general, las etiquetas de tema histórico se encuentran asociadas a caldos de alta graduación, tales como amontillados, olorosos y coñacs o brandies. Cabría aclarar que a estos últimos tipos de aguardientes se denominarán “coñac” o “cognac” en el actual Marco de Jerez hasta que la región francesa de Cognac hizo valer judicialmente el uso exclusivo de esta denominación genérica (1928), pasando desde entonces a llamarse “brandy” en la comarca jerezana, por lo que en el material publicitario de las primeras décadas del siglo XX aparecerán los términos “coñac” o “cognac” indistintamente.
Mediante esta correspondencia, establecida entre los tipos de caldos y las específicas imágenes que los presentan, se transmiten a los caldos los “elevados” valores de las hazañas y héroes representados, sobre todo el vigor y la fortaleza atribuidos por el movimiento romántico al carácter hispano tras la guerra de la Independencia. Además, en concordancia con la antigüedad que distingue a los héroes históricos reproducidos, esta correspondencia simbólica viene también a enfatizar la vejez que caracteriza a ciertos vinos y coñacs o brandies.

La guerra de la Independencia inaugura un período de exaltado patriotismo entre la población española, cuya rebeldía y valentía, demostradas a través de la guerrilla, dio lugar al imprevisto triunfo que convirtió a todo el pueblo español en protagonista y héroe vencedor frente al enemigo francés. A partir de entonces se forjó, con la ayuda del movimiento romántico, una serie de mitos nacionales que perdurarán hasta bien entrado el siglo XX. Es esta “mitología nacional” la que aparece plasmada en este grupo de imágenes publicitarias.
La enorme repercusión que tuvo la resistencia demostrada por el pueblo español, ante las tropas napoleónicas, junto a la proclamación de la Constitución de Cádiz, dio lugar a la fijación de una nueva imagen de la “esencia nacional”. En consecuencia, se rectificó la imagen de España que, por aquel entonces, se hallaba bastante infravalorada en la Europa ilustrada de la Enciclopedia y la Razón. Surge así una nueva identificación de España vinculada a un conjunto de mitos y símbolos, no sólo como consecuencia de la guerra de la Independencia, sino también debida a la influencia del período liberal y a la proclamación de la Constitución de Cádiz. España exportó los modelos de las revoluciones liberales de 1812 y 1820, así como sus instrumentos constitucionales, a Italia, Alemania e incluso a Rusia. A partir de entonces surge una nueva imagen de España. Todo lo español, su cultura y sus artes, comenzaron a ejercer una gran fascinación en Europa. Esta nueva imagen fue ampliamente difundida por los viajeros románticos europeos y, en gran medida, ha perdurado hasta nuestros días.
La excesiva perduración de aquel “espíritu nacional”, basado en los mitos y símbolos románticos, se debe principalmente al prolífico reaprovechamiento que hizo de ellos la propaganda política del régimen franquista. Aquellos viejos signos de identidad nacional, aquellos “valores patrióticos” y “excelencias nacionales” fueron difundidos a través de los libros de texto e incluso de la canción española, como eficaces canales propagandísticos que impregnaron las mentalidades de varias generaciones de españoles durante el siglo XX.

De igual modo que ocurrió en otras artes, como la pintura o la literatura, ese “patriotismo” decimonónico, revitalizado durante el franquismo, ha quedado materializado en la iconografía de la ilustración comercial y, de modo más concreto, en la publicidad emitida por los vinateros del actual Marco de Jerez.
Las composiciones vinateras de este grupo apelan con frecuencia a los más clásicos mitos y héroes románticos de la historia de España, en cuyas hazañas y personajes se ha fundamentado la grandeza de la nación durante casi dos siglos. En las ilustraciones del etiquetado se representan estos hechos históricos y sus protagonistas, desde la reconquista cristina a la guerra de la Independencia. En general, la estrategia publicitaria persigue con estas representaciones procurar el más inmediato reconocimiento del país de origen de estos caldos por parte del consumidor, de forma que repercuta en su óptima comercialización, así como satisfacer la demanda de ciertos grupos patrióticos existentes dentro y fuera del ámbito nacional. Todos estos antiguos héroes encarnan los valores y cualidades que, desde el siglo XIX, se habían adjudicado al arquetípico hombre español, esto es, su extraordinaria valentía, sentido del honor y amor a la patria, así como ese legendario carácter guerrero, aventurero y conquistador, que había singularizado a los diversos pueblos hispanos desde la época romana a la guerra de la Independencia.

Estas ilustraciones no sólo recurren a los mitos del pasado histórico nacional para identificar los vinos y brandies con España, como país de origen, o para satisfacer los deseos de identificación de sus potenciales consumidores, sino que en su selección también juega un importante papel el establecimiento de una clara analogía simbólica entre la antigüedad de las representaciones y la vejez de los caldos anunciados, deslizándose este código de antigüedad, propio del universo de la Historia, hacia el mundo vinatero. Así, se produce un proceso de trascodificación por el que los códigos propios del discurso histórico se trasladan hacia el universo comercial vinatero. En consecuencia, en esta unidad iconográfica predominan los caldos de mayor graduación y vejez, como los “coñacs” o brandies, olorosos y amontillados, de forma que los vinos más ligeros ocupan un lugar muy secundario, tal como se constata en la escasa presencia de finos y manzanillas.
En la misma línea simbólica, acorde con las excelencias de las gestas y héroes reproducidos, la mayoría de los personajes representados en estas etiquetas son masculinos frente a un escaso porcentaje de figuras femeninas. Esta supremacía también se explica por ser estos tipos de caldos, de elevada graduación y precio, consumidos principalmente por el sector masculino de la población, principal destinatario al que se intenta identificar con los ilustres presentadores gráficos.
Desde la perspectiva plástica, buena parte de estas estampas vinateras de tema histórico se estructuran mediante fondos con tonalidades ocres y marrones en gradación, que vienen a simular el cromatismo de los viejos pergaminos. El particular colorido de estas “etiquetas-pergamino” contribuye a redundar sobre el principal significado de vejez que se quiere conferir a los caldos, como ocurre en el caso de algunas etiquetas de brandy Independencia de Osborne y Cía. A veces incluso se reproduce la figura completa de un vetusto pergamino con sus característicos ángulos enrollados que, a modo de trampantojos, simulan estar fijados al soporte con pequeños clavos. Es el caso de la estampa de brandy Emperador, de E. Delage.  

Para acentuar aún más el significado de vejez, que se desea transferir a los caldos, es habitual que las orillas de las etiquetas tengan formas onduladas e irregulares, intentándose reproducir las características propias de los antiguos pergaminos carcomidos por el tiempo. Y también es frecuente el uso de caracteres góticos en la tipografía, apareciendo las letras capitales profusamente decoradas y destacadas sobre el resto de la composición, mediante distinto color y mayor tamaño. Este carácter goticista de los componentes textuales vuelve a incidir sobre la vejez de las soleras y caldos presentados.

Respecto a los modelos iconográficos utilizados en estas composiciones vinateras, una de sus principales fuentes de alimentación fue la pintura de historia, la “pintura oficial” imperante en España durante la segunda mitad del siglo XIX. Los litógrafos y dibujantes, encargados de elaborar estas etiquetas, usaron habitualmente las revistas ilustradas de la época, donde aparecían reproducidos los más célebres retratos y pinturas de historia de la época, que sirvieron de inspiración o fueron copiados fidedignamente en las etiquetas. A veces, aquellos modelos que aparecían en las publicaciones periódicas, en blanco y negro, fueron enriquecidos con el color aportado por la técnica cromolitográfica, utilizada para imprimir las etiquetas hasta mediados del siglo XX y cuya riqueza cromática viene a compensar la evidente pérdida de calidad respecto al modelo pictórico original.

Por ejemplo, en una etiqueta de brandy Independencia (Osborne y Cª) se reproduce un retrato de Fernando VII (Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid) realizado por el conocido pintor Vicente López, obra que se convirtió en retrato oficial del monarca durante bastantes años. Y en otra etiqueta de oloroso Bailen 1808 (Osborne y Cía.) se traslada la pintura de historia La rendición de Bailen, de José Casado del Alisal, si bien aquí el referente pictórico se ha simplificado en parte y ha perdido el color original al reproducirse sólo la escena central de la pintura.
Estas etiquetas basadas en el retrato y la pintura de historia ponen de manifiesto la destacada función divulgativa que, además de la puramente informativa, cumplieron las etiquetas vinateras de entresiglos, al constituirse en singulares medios de difusión de las artes plásticas propias de su época.

Otro importante modelo icónico utilizado para algunas etiquetas fueron las antiguas fotografías, en blanco y negro, como ocurre en la etiqueta de manzanilla Viva la Pepa de Sánchez Romate, donde se reproduce un retrato fotográfico de una artista flamenca y cuya composición también se ha enriquecido con llamativos colores cromolitográficos.
No faltan algunas composiciones originales encargadas a ilustradores coetáneos. Por ejemplo, una de las etiquetas de oloroso Bailén (Osborne y Cía.), protagonizada por los objetos más emblemáticos de aquella batalla, parece obra original del ilustrador José Luis Torres, quien también firma la contraetiqueta de otra estampa para brandy Independencia de la misma bodega, con formas muy academicistas y centrada por el escudo de El Puerto de Santa María, cuya etiqueta principal está protagonizada por un retrato de Fernando VII. De igual modo, Torres es autor de la estampa que compaña al coñac Carta Magna.



La guerra de la Independencia
En la comarca jerezana, la época de la invasión francesa se vivió con gran pesadumbre entre la población en general y entre algunos bodegueros en particular. La ciudad de Jerez estuvo ocupada desde febrero de 1810 hasta agosto de 1812, en cuyos años las exportaciones de vinos descendieron notablemente. El Mariscal Soult residió un tiempo tanto en Sanlúcar como en Jerez. A ello se sumó la estancia de José Bonaparte en Sanlúcar y Jerez, donde se hospedó en casa del Marqués de los Álamos del Guadalete, que provocó una reacción negativa entre los jerezanos más patriotas y monárquicos, los cuales “no le perdonaron nunca su excesivo acercamiento a Jerez. Sin embargo, los patriotas opinaban que: “si lo hace el Rey por las bodegas, las de Jerez apure y luego avise”  (Desenfado patético o Diálogo de un emisario del Rey Pepe y un buen patriota de Chiclana, citado por J. de las Cuevas, 1949: 74)
Los abusos perpetrados por los franceses, durante su estancia en la comarca jerezana, suscitaron la oposición de numerosos empresarios e industriales. Varios bodegueros y almacenistas ocultaron sus mejores vinos, pudiendo salvarse algunas valiosas soleras. Así lo corrobora Juan Murphy, en una carta que escribe desde Cádiz al jerezano Pedro Agustín Rivero de la Herrán el 3 de septiembre de 1812:
“Veo con gusto que a pesar de lo mucho que han padecido sus bodegas por las enormes sacas que en ellas hizo el enemigo, todavía quedan buenos vinos como antes” (citado por J. y J. de las Cuevas, 1979: 65)
Sin embargo, debido al forzado aprovisionamiento del ejército invasor, al que se vieron abocados algunos vinateros de origen francés, éstos llegaron a contraer deudas irreparables que terminaron arruinándolos, tal como relata J. de las Cuevas para el caso concreto de la familia Haurie:
“Soult y sus hombres se bebieron los mejores vinos de Jerez en dos años... La casa Haurie sube y el Emperador le concede el alto honor de aprovisionar su ejército. O sea: vino, trigo, tocino, carne, paja, cebada (...) Los honores cuestan caros y cuando el francés se va, los Haurie deben a los propietarios de la provincia cinco millones de reales... La deuda, redonda, enorme, queda para siempre latiendo en la Casa Haurie... La espina ahonda cada vez más en la familia. Las Bodegas Haurie se desangran año tras año” (1949, 74-76)

Debido a las estrechas relaciones comerciales que mantenían los principales exportadores de vinos con los países europeos y americanos, algunos bodegueros ostentaron diversos cargos diplomáticos, por cuya razón solían recibir las visitas de los más ilustres viajeros extranjeros, así como de ciertas personalidades muy vinculadas a la guerra de la Independencia. Así, en casa del vinatero Jacobo Gordon, que también era primer cónsul de Gran Bretaña en Jerez, residirá el general Wellington durante su estancia en esta ciudad. Según narra J. de las Cuevas:
“En ella se conserva intacta todavía la habitación de Wellington. El general dormía sin desnudarse y sin quitarse las terribles botas militares, pues tenía que estar listo y prevenido para poder partir en breves minutos si alguno de sus ayudantes o centinelas le avisaban que el enemigo efectuaba movimientos de sorpresa o de ataque” (1949, 205)

La firma portuense Osborne y Cía. es una de las bodegas del Marco de Jerez que se ha distinguido por recurrir con gran frecuencia al tema de la guerra de la Independencia para ilustrar su etiquetado y material publicitario. Quizás cabría poner en relación este apego iconográfico a la gran ayuda que prestó, mediante su fortuna y actividad política, el escocés James Duff Gordon, antiguo bodeguero y cónsul británico en Cádiz, para combatir a los franceses durante la guerra de la Independencia. La empresa vinatera Duff Gordon fue fundada en Cádiz, en 1768, e instaló bodegas en Jerez y El Puerto, quedando más tarde integrada en Osborne y Cía.
Aunque la publicidad comercial en general, y la del Marco de Jerez en particular, nunca ha sido proclive a plasmar escenas de carácter dramático, en este grupo de etiquetas de tema histórico se localizan algunas escenas bélicas donde se reproducen varios de los acontecimientos más relevantes de la Guerra de la Independencia (1808-1814), considerada como el mito por excelencia de la España romántica. Estos asuntos fueron utilizados para presentar diversos vinos y coñacs o brandies con el principal significado de exaltación patriótica y como fundamental elemento para identificar al país de origen de estos caldos.

El conjunto de marcas alusivas a la guerra de la Independencia vienen a ensalzar la legendaria valentía que demostró el pueblo español en aquella empresa, cuyo asunto fue engrandecido por el movimiento romántico convirtiéndolo en uno los mitos nacionales por antonomasia. Asimismo, estas imágenes publicitarias vinculadas a la guerra, donde se plasman los símbolos del valor y la fortaleza de España, actúan como elementos transmisores de estas “excelsas” cualidades a las propiedades organolépticas de los caldos presentados.

Entre las más antiguas etiquetas de esta temática se localizan dos escenas de la guerra utilizadas por las bodegas J. de Fuentes Parrilla y Molina y Cª, indistintamente, para acompañar algunos de sus caldos. En la primera, muy difundida por la ilustración gráfica de la época –serie de postales de Laurent, 1908- se reproduce la pintura La defensa de Zaragoza, obra del pintor valenciano Miguel Navarro Cañizares, presentada en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1862, donde se representa la defensa del Portillo por Agustina de Aragón.


En la segunda etiqueta se reproduce otra escena de la guerra, que es copia de la pintura Defensa del Parque de Artillería de Monteleón (Museo-Biblioteca Víctor Balaguer de Vilanova i la Geltrú), obra de Joaquín Sorolla (1884), donde se muestran los últimos momentos del laureado capitán Pedro Velarde. Esta misma obra pictórica reaparecerá en una “etiqueta-pergamino” de brandy Independencia (Osborne), si bien el modelo pictórico original queda aquí reducido a una composición dibujística en tonalidad sepia, que sirve de fondo a los componentes textuales.

La ilustración de cognac Dos de Mayo (Luis Caballero) está presidida por un tondo-marco ovalado donde se inserta una escena, de intenso sabor academicista, que está protagonizada por una clásica figura femenina, como alegoría de España acompañada de su fiel león, en acción de ofrecer una corona de laurel a un monumento erigido en memoria de los españoles fusilados el 2 de Mayo de 1808 en Madrid, a manos del batallón francés dirigido por el general Murat, cuyo hecho desencadenaría el alzamiento del pueblo español y el inicio de la contienda.

Osborne y Cía. registra en 1929 dos marcas para distinguir vinos y coñac, denominadas Independencia 1810 y Bailén 1808, que aún siguen en vigor. Para presentar estos caldos, la casa Osborne usará diversas etiquetas ilustradas con escenas referidas a la guerra de la Independencia. Así, en la etiqueta de amontillado Independencia aparece una composición dibujística de la famosa escena protagonizada por la heroína Agustina de Aragón, en su destacada participación de la defensa de Zaragoza.


Se trata de una reproducción de la pintura de historia La heroína Agustina de Zaragoza (Diputación de Zaragoza), del sevillano Marcos Hiraldez de Acosta, que fue presentada en 1871 en la Exposición Nacional de Madrid. Aquí, Agustina Saragossa y Domenech es captada junto a una de las puertas de la ciudad y rodeada de heridos, en el momento de continuar disparando contra los asaltantes, a pesar de haberse quedado indefensa la batería del Portillo. La figura femenina centra la estampa, situándose junto al obús y en posición de alzar el brazo en señal de tenacidad y triunfo. Esta imagen ha sido utilizada con frecuencia como símbolo de la espontánea resistencia que presentó el pueblo español ante los invasores.

La figura de Agustina de Aragón no era ajena a la provincia gaditana. En Cádiz, la heroína de Zaragoza, recién nombrada oficialmente Alférez del ejército español, conoció al general Wellington, quien ofreció una comida en su honor. El duque de Wellington obsequió a Agustina con un par de pistolas, adornadas con incrustaciones de oro, plata, nácar y marfil. Y cuando embarcó en Cádiz, rumbo a su Cataluña natal para encontrarse con su marido, el barco hizo escala en Gibraltar, donde también se agasajó a la heroína de los Sitios y se le rindieron honores militares.

Para presentar el brandy Independencia, la casa Osborne ha usado diversas etiquetas de composición textual, así como otra estampa donde se reproduce un fragmento de un bajorrelieve conmemorativo, que se halla situado en el pedestal de la estatua del capitán sevillano Luis Daoíz y Torres, cuyo monumento fue erigido en Sevilla en 1889, siendo los relieves obra de Antonio Susillo. Se rinde así un particular homenaje vinatero a este héroe andaluz de la guerra de la Independencia, quien el 2 de mayo de 1808 se encontraba al mando, junto al capitán Juan Velarde, de la guarnición del Parque de Artillería Monteleón, decidiendo armar a los ciudadanos y sacar los cañones a la calle para enfrentarse al general Murat, en cuya confrontación perdieron la vida ambos capitanes.
 

Para la marca oloroso Bailén 1808, Osborne utilizará también diferentes ilustraciones, como la ya citada representación de la rendición de Bailén, que tuvo lugar tras la batalla del mismo nombre (1808), donde el ejército francés, al mando del general Pierre Dupont, sufrió la primera gran derrota ante las tropas españolas de Andalucía comandadas por el general Castaños, cuya victoria provocó que José Bonaparte abandonara Madrid.

En esta composición se usa, como modelo directo, la pintura La rendición de Bailén, de José Casado del Alisal, realizada en 1864 (Museo del Prado), si bien para componer la etiqueta el modelo pictórico ha sido simplificado en parte, concentrándose en la escena central, y ha perdido el color original al reproducirse mediante un dibujo en tonalidad sepia, posiblemente ejecutado por José Luis Torres.


Asimismo, para distinguir el oloroso seco Bailén se utiliza otra ilustración original, ya citada, que está protagonizada por un grupo de objetos alegóricos de la victoria situados entre dos estandartes entrecruzados. Todavía el oloroso Bailén 1808 se valdrá de otras etiquetas, aunque éstas son ya de estructura básicamente textual, como la realizada para un embotellado especial con motivo de “la visita de Sus Altezas Imperiales y Reales D. Pedro de Orleáns-Braganza y Dña. Esperanza de Borbón”, cuya estampa se encuentra presidida por el escudo heráldico usado por Osborne y Cía.

Estas célebres pinturas de historia, reproducidas en las composiciones vinateras, forman parte de un conjunto de obras pictóricas que se constituyeron en verdaderos hitos de aquella mitología nacional configurada por el movimiento romántico y que fue fomentada por el poder estatal y la burguesía decimonónica, a través de las Exposiciones Nacionales desde 1856 y mediante los encargos que se hicieron a ciertos pintores para decorar los edificios públicos, como medio para construir la denominada “nación española”. Esta iconografía sería más tarde reavivada y reutilizada por el franquismo hasta la saciedad. Así, desde mediados del siglo XIX, aquellos asuntos historicistas, configuradores de la “esencia nacional”, desde las gestas épicas medievales a la guerra de la Independencia o el triunfo del liberalismo, serían empleados como eficaz vehículo para propagar una serie de arquetípicos valores atribuidos al “carácter español” (García de Cortázar y González Vesga, 1995, 512), cuyas fórmulas se popularizaron de tal modo que inundaron el terreno de la ilustración comercial, tal como se constata en este grupo de etiquetas vinateras.

Otro de los más destacados héroes de la guerra de la Independencia fue el general inglés, de origen irlandés, Sir Arthur Wellesley, Duque de Wellington, nombrado por las Cortes españolas General en jefe del ejército español, en recompensa a las hazañas llevadas a cabo contra los franceses, a los que expulsó de la península y derrotó definitivamente en Toulouse, concediéndosele también el título de Duque de Ciudad Rodrigo. Wellington venció al ejército francés en Portugal y al general Soult en la región del Duero, además de ocupar Madrid (1812), tras la victoria de Arapiles, estando al mando supremo de las tropas inglesas y españolas. La figura del general Wellington tampoco resultaba extraña a la comarca jerezana, puesto que llegó a residir un tiempo en Jerez y Cádiz.

La estética vinatera del actual Marco de Jerez también rendirá homenaje a Wellington, considerado como uno de los principales héroes de Reino Unido, a través de varias marcas, como la más antigua de Jerez Cortado Wellington, registrada en 1896 por la firma sanluqueña Vda. de E. Hidalgo, en cuya etiqueta se reproduce un retrato de busto del general.

Por su parte, Pedro Domecq lanzará al mercado en 1912 el amontillado Wellington, acompañado de una estampa de composición básicamente textual. Y una etiqueta más reciente también está presidida por una sintética silueta de la cabeza del general británico para presentar el cream Duke Wellington (Bodegas Internacionales) destinado a la exportación.

Por otro lado, existen varias etiquetas dedicadas a Fernando VII. El nombre y la figura de “El Deseado” distinguirán varios caldos de la comarca jerezana. La imagen del soberano actúa aquí como símbolo del triunfo español y de la restitución monárquica tras la guerra contra los franceses. Así, se localizan algunas etiquetas de articulación textual, como las de paxarete Fernando VII (Osborne y Cía.); pale dry Fernando VII (R.J.P. Pitman); y oloroso viejísimo Fernando VII (Pedro Domecq) cuya primitiva etiqueta fue registrada en 1907, estando este vino “dedicado a S. M. Dn. Fernando VII en 1823”, en cuya fecha el monarca visitó las bodegas Domecq.



Esta última marca servirá con posterioridad para otros tipos de caldos como Sherry Fernando VII. Entre las composiciones figurativas destaca la apergaminada etiqueta de brandy Independencia 1810, ya citada, la cual está presidida por una reproducción del busto de Fernando VII, detalle procedente del retrato pictórico realizado por el conocido pintor Vicente López.
En contraste con este generalizado clima de exaltación patriótica, expresado en la ilustración gráfica del Marco de Jerez, a través de representaciones triunfantes vinculadas a la guerra de la Independencia, se localizan al mismo tiempo algunas etiquetas donde comparecen los más tradicionales y temibles enemigos de nuestros paladines nacionales, a los que la publicidad vinatera reconoce, de igual modo, el valor y poder que gozaron no sólo en su época, sino que traspasaron las barreras de tiempo y espacio, para convertirse en mitos universales.

De esta manera, en el universo iconográfico vinatero, se igualan todos estos héroes, nacionales y extranjeros, incluso si llegaron a ser enemigos entre sí, para cumplir una misma función publicitaria al convertirse en símbolos de vejez y prestigio de los caldos presentados, confiriéndoles también a sus consumidores las virtudes de tan insignes presentadores. Pero, en algunas ocasiones, esta presencia de los mitos y héroes extranjeros también se debe a la propia demanda del país destinatario, cuyos consumidores gustan de identificarse, a través de los caldos que degustan habitualmente, con su propia mitología nacional, como parece suceder con algunas representaciones del rey Jorge III, el almirante Nelson o la batalla de Trafalgar, concurrentes en aquellos caldos producidos en la comarca jerezana para su generalizada exportación al Reino Unido.

Frente a aquellas ilustraciones vinateras, que exaltan el extraordinario triunfo del pueblo español sobre los franceses, se diseñaron varias marcas dedicadas a enaltecer la figura de Napoleón Bonaparte, tanto a través de sus denominaciones como mediante los varios retratos reproducidos en las etiquetas. A lo largo del siglo XIX el general francés, que rigió los destinos del país vecino entre 1804 y 1815, se había constituido en uno de los símbolos más universales de fuerza y poder. Por tanto, las diversas representaciones vinateras del invasor de España por excelencia entrañan una superación, al menos publicitaria, de aquella enconada animadversión que obtuvo este personaje entre la población española.
La figura de Napoleón se fue mitificando con el tiempo, de forma que su portentosa aventura imperial y su trágico fin ejercieron una gran fascinación entre los espíritus románticos, que vieron en el general francés al heredero de la primera revolución y al defensor del principio de las nacionalidades. Él mismo se había declarado “Hijo de la Revolución” y, de hecho, a través del Código Napoleónico se propagaron por toda Europa los principios de la revolución francesa de 1789. A este aura de la figura de Napoleón contribuyó eficazmente la propia propaganda napoleónica, así como la resurrección del culto al Emperador llevada a cabo durante el Segundo Imperio, construyendo todo ello una arraigada leyenda que ha perdurado hasta nuestros días, por la que Napoleón se convirtió en el personaje más popular de la historia de Francia. A través de los años, aquella magnificación romántica impregnará también las mentalidades españolas, de la que inmediatamente se sirvió la estrategia de la publicidad comercial de finales del siglo XIX y primeras décadas del XX para prestigiar los productos anunciados a través de la emblemática imagen de Napoleón, algunas de cuyas marcas aún siguen en vigor.

En el Marco de Jerez, el nombre y algunos retratos de Napoleón son utilizados para distinguir diversos caldos, casi siempre brandies, en correspondencia con la magna personalidad de su presentador. Entre las etiquetas de composición básicamente textual, cabe señalar la de coñac Napoleón (González Byass Cº Lda., 1923), así como la del jerez seco viejísimo o “two centuries old sherry” Napoleón (Pedro Domecq, 1910), destinado a la exportación, cuya estampa pertenece a la serie ilustrada con la casa de la viña Macharnudo, que también será usada con posterioridad para otros caldos con ligeras variantes. En referencia a este último vino y a las significaciones de prestigio y vejez, que se intentan transmitir al caldo con tal denominación, escribe José de las Cuevas:
“Napoleón”: un vino negro, acre, el vino más viejo de España. Más viejo que sus propias bodegas, vivía en su tonel en 1730 -año de la fundación de esta firma-. Antes que “Napoleón” se le llamaba “vino del Mariscal Soult” (1811), un vino... sobre el que ha pasado la historia patinándolo con oro sombrío, como los retablos” (1949, 113-114)
Fue tal el éxito comercial obtenido por este vino que el Marqués de Domecq organizó en 1910 un montaje efímero en la bodega, el cual fue construido con quinientas botellas al objeto de realizar una fotografía conmemorativa, que recordase el récord de ventas alcanzado por el amontillado Napoleón, cuyas botellas fueron vendidas en la colosal cifra de 33.000 pesetas de la época:
“Las 500 botellas han sido colocadas artísticamente en pirámide para la fotografía. Son botellas nuevas, recién etiquetadas con el vino bicentenario dentro... El Marqués de Domecq brinda rodeado de amigos. Ha batido el récord mundial en el precio de los vinos. Vinos viejos y caballos nuevos, no hay dinero en el mundo para pagarlos bien” (J. de las Cuevas, 1949: 113-114)
En las etiquetas ilustradas, la figura de Napoleón se representa casi siempre mediante un retrato de busto, a modo de viñeta, que preside la composición. Así se puede apreciar en la antigua estampa de amontillado Napoleón de la bodega sanluqueña Vda. de E. Hidalgo, que registró esta marca en 1896, siendo la más antigua representación publicitaria del general francés localizada en el Marco de Jerez. Esta marca aún sigue en vigor y la actual firma, Bodegas Hidalgo-La Gitana, posee también otra variante de etiqueta presidida por el busto de Napoleón para distinguir varios caldos de la casa.


A veces, el retrato de Bonaparte ocupa un mayor espacio en la estructura compositiva, como se observa en el retrato que, inserto en un ornamental marco flanqueado por los emblemas imperiales, centra la esmerada etiqueta de coñac Emperador (Fernando Mazorra).


Un mismo retrato de Napoleón servirá para distinguir dos brandies de igual denominación aunque pertenecientes a empresas diferentes, tales como el brandy Emperador (E. Delage) [ilustración situada al principio de este texto] y el igualmente llamado brandy Emperador (Sautu y Cª, Sucesor).

Este último retrato parece que tuvo una gran difusión en las publicaciones periódicas de la época, hallándose reproducido en un ejemplar de la revista La Esfera de 1914.


En una etiqueta más moderna de brandy Napoleón (M. Gil Galán, S.A.) la figuración se reduce al rostro del general, que aparece inserto en una viñeta circular presidiendo la composición.

También la estampa del brandy Napoleón, comercializado por A. R. Valdespino en Argentina, está presidida por una laureada viñeta con el retrato de Napoleón.

Y en otra estampa de brandy Napoleón (Bodegas Ruiz), de época más reciente, destaca un pequeño tondo circular donde se inscribe con escasa calidad una reproducción del conocido retrato ecuestre de Napoleón cruzando los Alpes realizado por Jacques-Louis David (1801).

La descendencia dinástica y parentela del emperador francés también está presente, aunque en menor medida, en la publicidad jerezana desde fechas tempranas, como lo demuestra la antigua marca Napoleón III, registrada por González Byass y Cª en 1888, cuya etiqueta estaba conformada por dos circunferencias concéntricas, inscribiéndose entre éstas el nombre de la marca en forma curvada.


Y también se localiza un retrato de la esposa de este último, la emperatriz española Eugenia de Montijo, que gozó de gran popularidad tanto en España como en Reino Unido, en una etiqueta más reciente -década de los 40 del siglo XX-, que servirá para presentar varios caldos de Emilio Lustau, algunos destinados a su exportación en Reino Unido.
En este contexto cabría apuntar, como otra posible motivación determinante para la selección de estos destacados personajes de la historia francesa, para componer algunas etiquetas del Marco de Jerez, la posible intencionalidad de establecer ciertos mecanismos automáticos de identificación, por parte del posible consumidor, entre este tipo de ilustraciones “afrancesadas” de los brandies españoles y los afamados vinos cognacs franceses.

La Constitución de 1812 – “Viva la Pepa”
El grito popular ¡Viva la Pepa!, originado en el momento de la proclamación de la Constitución de Cádiz por los liberales, denominada desde entonces “La Pepa” por coincidir con el día de San José (19 de marzo de 1812), obtuvo una enorme difusión, como lema político y como popularizada expresión de alegría. Esta locución semántica, derivada de las Cortes de Cádiz y de la primera Constitución española, se ha aplicado al pasar el tiempo a otros significados más peyorativos vinculados a ciertas actitudes de irresponsabilidad o despreocupación, aunque en Andalucía ha prevalecido su sentido de júbilo, asociado en numerosas ocasiones a los ambientes festivos del arte flamenco. 
Es precisamente esta última acepción de la expresión popular, vinculada al flamenco, la que comparece en el Marco de Jerez para distinguir algunas marcas vinateras.

Así, la manzanilla Viva la Pepa (Sánchez Romate Hnos.) se acompaña de una llamativa etiqueta protagonizada por la figura de una mujer flamenca, que está extraída de una antigua fotografía de la bailaora portuense Antonia Gallardo Rueda, La Coquinera, perteneciente a la familia de “Los Coquineros”, quien logró un reconocido prestigio en los más famosos cafés-cantantes de las décadas de entresiglos. En la actualidad se mantiene en vigor esta marca y su antigua ilustración ha sido retomada para distinguir la más moderna manzanilla La Pepa de la misma bodega. Curiosamente existe otra reciente marca denominada también manzanilla La Pepa, perteneciente a Vinícola Logroñesa & Asociados, S.L.

Para distinguir esta misma manzanilla Viva la Pepa se han utilizado otras ilustraciones gráficas, como las protagonizadas por el conocido logotipo de la bodega jerezana Sánchez Romate, un muñeco animado de sabor andaluz, vestido de corto y tocado con sombrero de ala ancha, cuyo rostro está compuesto por las iniciales de la empresa y aparece captado en diferentes actitudes y posiciones, siempre brindando con una copa de vino que presenta.

En este mismo grupo iconográfico se inscribe la etiqueta de sherry Viva “La Pepa”, de la bodega portuense Fernando A. de Terry, que está ilustrada con una escena flamenca de tocaor y bailaora de corte folklorista, con miras a su exportación fuera de nuestras fronteras donde el flamenco se identifica habitualmente con todo lo español.

En uno de los primeros anuncios ilustrados que se conocen de la comarca jerezana, publicado en un ejemplar de la revista Blanco y Negro de 1898, se anuncia el conocido Tío Pepe de González Byass a través de una historieta humorística, compuesta mediante una sucesión de viñetas en blanco y negro, que está firmada por Navarrete, conocido ilustrador de la época. Bajo el título “Pepitoria”, en los diferentes compartimientos se reproducen diversos personajes y objetos relacionados con los nombres “Pepe” y “Pepita”.


Entre estas escenas se localiza un par de tipos populares, alegres y chispeantes por los efectos etílicos, a los que acompaña la leyenda “Viva la Pepa”, aplicándose aquí esta conocida expresión popular en su sentido más peyorativo de despreocupación.
La mítica fecha de la proclamación de la Constitución en 1812 será utilizada para señalar la vejez de algunas soleras. Es el caso de amontillado viejísimo 1812 - Solera 1812 La Mejorana (A. Romero de la Piedra Villarreal), cuya marca data de 1922, estando ilustrada su etiqueta con un retrato de la antigua artista flamenca La Mejorana. Y una alusión directa a la Constitución parece desprenderse de la marca de coñac Carta Magna 1768 (A. Parra Guerrero), cuya esmerada ilustración, configurada mediante guirnaldas y motivos heráldicos, es obra del ilustrador José Luis Torres en la década de los años 40 del siglo XX.

Existen algunas marcas fechadas en torno a la celebración del primer Centenario de la proclamación de la Constitución, en 1912, cuyo origen podría deberse a esta conmemoración por la coincidencia de fechas, si bien de momento no se tiene plena certeza sobre el auténtico motivo que dio origen de estas denominaciones, pudiendo tratarse también de una mera alusión a la vejez de las soleras. Es el caso del conocido coñac Centenario, cuya denominación de marca, apergaminada etiqueta y modelo de botella fueron registrados en 1911 por el portuense Fernando A. de Terry y Carrera, justo un año antes de la celebración del I Centenario de la Constitución gaditana. Ya en 1913, un año después, se registra el amontillado Centenario (Ricardo Díaz Torre) como “marca especial de la casa”.


Los héroes de la independencia americana
A las tierras latinoamericanas se enviaban vinos de la comarca jerezana desde los primeros momentos del Descubrimiento. Así, cuando se iniciaron los embotellados en el Marco de Jerez, a mediados del siglo XIX, las repúblicas americanas fueron también las primeras en recibir aquellas primitivas botellas acompañadas de llamativas etiquetas ilustradas, convirtiéndose en un potente mercado exterior para los nuevos vinos envasados.
Pero además, estas tempranas exportaciones de vinos embotellados a Latinoamérica hay que vincularlas al gran movimiento migratorio experimentado en España durante las últimas décadas del siglo XIX, a través del cual importantes contingentes de población española, especialmente de las regiones norteñas, marcharon a diferentes países de América Latina. Por tanto, entre los grupos receptores de los caldos jerezanos se encontrarían aquellos emigrantes que salieron de España en una primera oleada iniciada hacia 1880, a la que se sumará una segunda corriente migratoria durante la primera quincena del siglo XX, habiéndose cifrado esta última salida en un millón y medio de españoles.

Desde mediados del siglo XIX se constatan estas exportaciones de vinos embotellados a los países latinoamericanos, especialmente a Cuba, México, Argentina y Uruguay, donde las principales bodegas jerezanas tenían “agentes exclusivos” para la comercialización de sus caldos. A finales del siglo XIX, algunas bodegas cuentan con naves especialmente dedicadas al embotellado de los caldos que se destinaban a América. Por ejemplo, en 1893 el jerezano Cayetano del Pino disponía en la bodega “Santísima Trinidad” de una espaciosa nave dedicada al exclusivo embotellado de los vinos que se exportaban hacia América.
Tanto los emigrantes de origen español en tierras americanas como las poblaciones oriundas de aquellos países se constituyen en potentes grupos consumidores de los vinos exportados desde el actual Marco de Jerez. En consecuencia, las bodegas seleccionaron unos específicos asuntos iconográficos para distinguir a estos caldos, que eran propios de cada comunidad receptora, siempre cargados de contenidos emocionales y valores afectivos, como los tipos regionales o las devociones religiosas, con las que cada grupo se sentiría plenamente identificado y cohesionado como colectivo.

Para la población oriunda de los territorios americanos se elegirán una serie de denominaciones de marca y temas vinculados directamente con aquellas repúblicas. Así, son muy numerosos los caldos del Marco de Jerez que aparecen presentados por los símbolos más identificativos y genuinos, como las banderas y emblemas nacionales. Estas banderas de las diversos países americanos se representan en el etiquetado bien de forma individualizada, bien formando pareja junto al pabellón español, en alusión a la hermandad simbólica con la antigua metrópoli, materializada ahora en el intercambio comercial vinatero.

Pero, sin duda, las composiciones más llamativas de este apartado iconográfico, protagonizado por los símbolos y pabellones nacionales de las repúblicas latinoamericanas, son aquellas antiguas etiquetas ilustradas con alegorías femeninas de la patria, cuyo origen iconográfico se localiza en los primeros discursos nacionalistas surgidos en Europa durante el siglo XVIII, donde se acude a la tradicional función maternal de la mujer como elemento de cohesión para la comunidad nacional, como Madre de la Patria, cuya figura simbólica trascenderá más tarde a los nacionalismos españoles del siglo XIX. Estas agraciadas matronas clásicas, vestidas “a la romana” con fugaces túnicas y peplos, a los que se superponen las banderas nacionales, actúan como representaciones simbólicas tanto de la nación española como de los países comercializadores. Las respectivas banderas envuelven a estas graciosas imágenes femeninas, al tiempo que las figuras americanas se tocan con el gorro frigio propiamente republicano mientras que las matronas españolas lucen la diadema o corona características de la monarquía.

Esta fórmula iconográfica se generalizó en las artes plásticas del siglo XIX, dentro de los cánones academicistas, manteniéndose aún vigentes a finales de aquella centuria y durante las primeras décadas del siglo XX, en cuyas fechas se diseña este conjunto de etiquetas vinateras. La iconografía más frecuente en el etiquetado reproduce a una pareja de figuras femeninas, aunque no faltan las matronas en solitario o formando grupos. Estas ilustraciones se caracterizan por un intenso cromatismo, por poseer en algunos casos cierto grado de narratividad y por el protagonismo figurativo, al ocupar estas matronas vinateras la práctica totalidad del soporte, de forma que los componentes textuales quedan relegados a un segundo término. Mediante esta temática se establece un hermanamiento gráfico entre España, en calidad de antigua metrópoli y como país productor del caldo que se presenta, y el país o países de destino, a donde se enviaban los vinos de la comarca jerezana, estando representadas las principales repúblicas latinoamericanas. A veces, la matronas clásicas son sustituidas por figuras de indígenas americanas y nunca faltan en la composición los escudos y símbolos nacionales propios de los países representados.

Son numerosas las etiquetas protagonizadas por estas personificaciones femeninas de la patria. En este grupo iconográfico se inscriben algunas representaciones alegóricas de la nación española, en solitario, como la que acompaña a una manzanilla fina olorosa de Bodegas Lagares, cuya figura viste el peplo de las damas grecorromanas y se toca con un gorro frigio republicano, que sitúa a esta estampa en la II República española, al tiempo que sostiene en una de sus manos una gran bandera de España desplegada sobre la superficie del soporte. Y entre las muchas parejas de alegorías patrióticas, cabe destacar algunas antiguas estampas de Manuel Fernández, como la etiqueta de una manzanilla fina, donde se representan las alegorías de España y México, tocadas con la corona y el gorro frigio, respectivamente, elementos que delatan el régimen político dominante en cada país representado.
De cara a la población oriunda americana, se reproducen también en el etiquetado los principales héroes de la historia latinoamericana, desde los más legendarios, como los aztecas Moctezuma o Quauhtemoc, a los más contemporáneos como Bolívar, Hidalgo o San Martín. Estos últimos son los grandes artífices de la independencia latinoamericana, cuyas revoluciones independentistas estuvieron directamente influidas por la guerra de la Independencia franco-española y el constitucionalismo gaditano. Incluso algunos de aquéllos míticos héroes, como Bolívar o San Martín, residieron un tiempo en Cádiz durante la época de las Cortes, transmitiendo poco después al territorio americano los principios de libertad e igualdad, inherentes a la Constitución gaditana, a través de las correspondientes constituciones proclamadas en las nuevas repúblicas americanas.

Entre los caldos dedicados a estos héroes independentistas se localiza el solera Hidalgo 1810 (Alberto Romero y Cª), en cuya estampa se reproducen las banderas mexicana y española junto a un retrato del jesuita y militar mexicano Miguel Hidalgo y Costilla (1753-1811), uno de los principales artífices de la independencia en México, también llamado el “Padre de la patria” y “el Cura Hidalgo”, quien inició, junto a otros patriotas, el movimiento independentista mexicano en el municipio de Dolores en 1810 –a cuya fecha alude la denominación de marca-, siendo fusilado en Chihuahua en 1811.

El caldo Centenario 1821-1921 (Pacheco Hermanos), se acompaña de un retrato de busto de José Francisco de San Martín (1778-1850), también apodado “El Libertador”, el otro gran paladín de la independencia latinoamericana, junto a Bolívar. Durante su estancia en España, San Martín combatió en la guerra de África y jugó un destacado papel en la batalla de Bailén, durante la Guerra de la Independencia, siendo condecorado y nombrado Teniente Coronel de caballería. Poco después se trasladó a Latinoamérica y lideró la independencia de importantes territorios de Argentina, Chile y Perú.

Durante su estancia en Cádiz, San Martín frecuentó las logias Lautaro y Los Caballeros Racionales, vinculadas a Francisco de Miranda –precursor de la independencia hispanoamericana-, donde se puso en contacto con otros americanos liberales de ideas emancipadoras, como los porteños Zapiola y Alvear, encontrándose también en la capital gaditana con Simón Bolívar en 1804. La ciudad de Cádiz rememora su figura mediante un monumento ecuestre de José San Martín, que fue obsequiado por la municipalidad de Buenos Aires e instalado en 1975.


El ron Bolívar Carta Blanca, en cuya etiqueta aparece el nombre del importador panameño Antonio Guerra, parece proceder de alguna bodega de la comarca jerezana. Esta llamativa ilustración está centrada por un retrato del venezolano Simón Bolívar (1783-1830), llamado también “El Libertador”, el otro gran artífice de la emancipación latinoamericana, ya que gestionó la liberación de las actuales Venezuela, Bolivia, Ecuador, Panamá, Colombia o Perú, entre otros territorios, y finalizó la fase militar de la independencia de las repúblicas americanas de la antigua metrópoli española (1826). La figura de Bolívar aparece aquí flanqueada por las alegorías femeninas de España y Panamá que portan sus correspondientes banderas. También Simón Bolívar tuvo una especial vinculación con la ciudad de Cádiz, a donde llegó en 1803 frecuentando la logia Lautaro como otros independentistas. En la gaditana plaza de Simón Bolívar existe otro monumento ecuestre de este héroe americano que fue donado por Argentina al municipio de Cádiz.

Las bodegas del Marco de Jerez también dedicaron algunos vinos a otras destacadas personalidades latinoamericanas de época posterior. Así, la marca “Monumento Bolognesi” (A. R. Valdespino y Hno.), cuenta con una etiqueta donde se reproduce el monumento erigido en Lima a este coronel peruano, Francisco Bolognesi (1816-1880), considerado como héroe nacional de Perú, por la audaz defensa que llevó a cabo de la ciudad de Arica cuando fue tomada por los chilenos, durante la guerra del Pacífico, en cuya batalla perdió la vida.

Son numerosos los presidentes de las repúblicas americanas reproducidos en el etiquetado del Marco de Jerez, en general coetáneos a la época de comercialización de los vinos, que estarían destinados a los respectivos países representados. A modo de ejemplo y sólo para el caso de México, cabe destacar el amontillado El Salvador (Alberto Romero y Cª), cuya etiqueta está ilustrada con un retrato del presidente Benito Juárez, o el néctar Pacificador (Molina y Cª), donde se reproduce un retrato del presidente mexicano Porfirio Díaz, entre otros.


La época constitucionalista
Tres años antes de iniciarse la guerra de la Independencia, en 1905, se produjo en la bahía de Cádiz un hecho histórico trascendental que cambiaría los destinos militares de España. Se trata de la batalla de Trafalgar, en la que se enfrentaron la armada británica, al mando del almirante Nelson, y la flota franco-española, en cuya confrontación saldría triunfante Nelson, aún a costa de perder la vida. Esta victoria impidió que Napoleón invadiera Reino Unido, si bien para España este fracaso supuso la desastrosa aniquilación de su marina de guerra.
A pesar de ser el gran artífice de la derrota española en Trafalgar, el almirante Horatio Nelson comparece para distinguir varios caldos del Marco de Jerez con probable destino a Reino Unido, donde Nelson está considerado como uno de sus héroes más señeros. Así, se localiza el old brown Nelson (Pedro Domecq, 1913), en cuya etiqueta se consigna “Purchased by Lord Nelson 1804” (“adquirido por Nelson en 1804”), en cuya fecha el almirante visitó esta bodega jerezana; o  la más reciente etiqueta de dry gin Nelson (A. J. Brehcist), centrada por un retrato del héroe británico, que se completa con la característica bicromía patriótica española para explicitar el origen del caldo, además de la figura de un vetusto galeón como fondo de la composición.
Otro aviñetado retrato de Nelson preside la ilustración de brandy Trafalgar (1805) (J. M. Rivero), cuya denominación de marca data de 1892 y donde se reproduce una escena pictórica de la batalla de Trafalgar. Los contenidos anglófilos de estas etiquetas parecen decidir el más que probable destino a Reino Unido de estos caldos. Sobre las motivaciones que pudieron dar lugar a la elección de esta última marca por J. M. Rivero para distinguir varios tipos de caldos, refiere J. de las Cuevas una curiosa leyenda:
“A Trafalgar asiste como testigo una lucida representación de barriles jerezanos. Forman parte de un embarque que hacía la casa C.Z. [J. M. Rivero] a Inglaterra y que fue apresada durante la batalla. Subastada luego en Tarifa, agentes de la casa, oportunos y sagaces, vuelven a comprarlas. Son barriles históricos. Transportados a Jerez de nuevo, con ellos se funda la solera del vino que lleva el nombre de la batalla. Es un vino oscuro, que como las cartas de los archivos, debe saber muchos detalles ignorados de Trafalgar” (1949, 72-73)
La principal afición de los españoles de principios del siglo XIX eran los festejos taurinos. En la publicidad del vino del Marco de Jerez comparecen los principales figuras de la tauromaquia de la época inmediatamente anterior a la guerra de la Independencia y los años constitucionalistas. Fueron años convulsos para la fiesta nacional, pues en 1805 se prohibieron las corridas de toros por Real Decreto de Carlos IV, hasta que José Bonaparte levantara la prohibición en 1810, siendo de nuevo apoyadas plenamente por Fernando VII. Entre los matadores más populares que torearon en las plazas españolas durante la época de la guerra de la Independencia cabría destacar a Sentimientos o el chiclanero Jerónimo José Cándido, entre otros, aunque no se han localizado etiquetas vinateras protagonizadas por estos toreros, si bien existen varias ilustraciones gráficas de la gran pareja taurina de preguerra.

Pocos años antes de la guerra de la Independencia triunfa en los ruedos la mítica pareja taurina compuesta por Pepe Hillo y Pedro Romero, quienes protagonizaron una de las más encendidas competencias de la historia de la tauromaquia y gozaron de la gran admiración que le profesaron los viajeros románticos, desde Byron a Gautier. Por un lado, se localiza la etiqueta de manzanilla Pepe Hillo (Gutiérrez Hermanos), centrada por la figura de este popularísimo diestro sevillano, que se sitúa en primer plano, adoptando esa posición de majeza, genuinamente casticista, que caracterizará a todos los tipos románticos y especialmente al héroe taurino. Vestido a la usanza del siglo XVIII, con el capote recogido debajo del brazo, se trata de una cromática representación de raigambre pictórica de este representante por excelencia de la “escuela sevillana”, por el valor, alegría y habilidad que mostraba en todas las suertes del toreo. Pepe-Hillo murió víctima de una cogida mortal en la plaza de Madrid (1801), cuyo trágico fin fue presenciado por Goya que lo inmortalizó en su Tauromaquia.

Por otra parte, el legendario Pedro Romero (1754-1839), considerado como el máximo representante de la “escuela rondeña”, de toreo sobrio y elegante, también ha quedado inmortalizado en la estética del vino a través de la más reciente etiqueta y cartelería publicitaria de manzanilla Pedro Romero (Pedro Romero, S.A.), donde se reproduce un retrato pictórico de este matador. La pintura original, tomada como modelo para estas piezas publicitarias, se conserva en la bodega productora. Curiosamente la razón social de esta empresa sanluqueña coincide con el nombre y apellido del mítico lidiador, cuya circunstancia podría constituirse en el motivo principal para la elección de esta marca.

Los tipos propios de las clases populares, coetáneas a la época constitucionalista, están bien representados en la estética vinatera a través de diversas etiquetas y otras piezas publicitarias. Buenos ejemplos son la estampa de brandy Goyesco (Hijos de José Delgado Zuleta), ilustrada con una escena del primer costumbrismo, extraída de la pintura La Vendimia o El Otoño (1786-87), realizada por Goya dentro de la serie de cartones para tapices destinados al madrileño palacio del El Pardo. Esta misma bodega vuelve sobre el tema en la etiqueta de brandy Tres Chisperos, protagonizada por un grupo de majos en amena conversación.


Son muy numerosas las etiquetas de temática costumbrista, donde se captan escenas galantes y cotidianas inspiradas en los años finales del siglo XVIII y principios del XIX, según modelos pictóricos puestos de moda por el género de la pintura de “casacones”. Por ejemplo, en la etiqueta de un licor de azahar de López y Reig se representa un par de galantes chisperos cortejando a dos castizas manolas, de forma que uno de ellos tiende en el suelo su llamativa capa de color rojo para que pasen las majas. Este asunto galante fue uno de los más populares durante las décadas de transición entre los siglos XIX y XX, localizándose incluso en obras musicales, como en el pasodoble Viva Madrid -letra de J. Huete Ordóñez y música de Martí-, que fue estrenado por Pastora Imperio en 1909, donde concurre el mismo tema, además de aludir su letra directamente al mítico triunfo del pueblo español durante la guerra de la Independencia: 
“Yo soy la flor y nata / de los Madriles, / yo soy la quintaesencia / de lo juncal (...) / Por eso los hombres, al verme pasar / llenos de entusiasmo / locos de ilusión, / me arrojan su capa / al ver mi pisar / y dicen: -¡Salero! / ¡Que viva lo garboso, / que viva tu madre, tu padre, tu abuela / y el cura gracioso que te bautizó! / Llevo en mis venas sangre / de los chisperos (...) / Yo soy la descendiente / de aquellas majas / que el dos de mayo dieron / a Napoleón, / con sus uñas, sus dientes / y sus navajas, / la Libertad y Patria / una lección” (Salaün, 1990: 235-236)

La religiosidad popular atribuyó la victoria española de la Guerra de la Independencia a la intersección milagrosa de la zaragozana Virgen del Pilar, nombrada Patrona de la Hispanidad y Patrona de la Guardia Civil en 1913 y a la que se continúa rindiendo honores militares con motivo de diversas efemérides militares. Esta advocación mariana quedará también perpetuada en la estética vinatera a través de la etiqueta de Vino de España (Sin firma), "embotellado especialmente con gran estima y respeto para la abnegada y benemérita Guardia Civil", que está presidida por una reproducción de la Virgen del Pilar y los lemas propios de la Guardia Civil. Aún en las revistas femeninas de la década de los años 30 del siglo XX se alude a esta Virgen “salvadora” de la nación española del siguiente modo:
“Nuestra gloriosa y española gesta de la Independencia fue promovida, capitaneada y ganada por la Virgen del Pilar, pequeña y morena, artillero y altar, amuleto y condecoración, enfermera y novia. Por la Virgen que no quería ser francesa. / Con su tricornio de Guardia Civil señalando deberes, encendiendo corazones, pensamientos y fusiles, la virgencita morena mira y salva a España, lleva seguridad y honradez por los caminos de España” (citado por Perinat y Marrades, 1980: 271-272)

Algunos de los más insignes testigos y cronistas de la guerra de la Independencia están también presentes en la ilustración gráfica del Marco de Jerez. Por un lado, comparece el cronista por excelencia de la contienda, el genio aragonés Francisco de Goya, que fue el más excepcional narrador de los hechos de la guerra y la Constitución a través de sus lienzos y grabados. La imagen del pintor aragonés protagoniza la etiqueta de fino Goya (Palomino & Vergara), según retrato pictórico de Vicente López. Por otra parte, Benito Pérez Galdós, el extraordinario relator literario de la guerra franco-española, a través de sus Episodios Nacionales, quedará inmortalizado en algunas etiquetas como la de coñac Pérez Galdós (Manuel Guerrero y Cía.), donde se reproduce un retrato del escritor, considerado en su tiempo como una “gloria patria”.

En otras comarcas vinateras


En otras comarcas vinícolas españolas también se han utilizado asuntos vinculados a la guerra de la Independencia para presentar sus vinos y brandies. A modo de ejemplo, se pueden citar las etiquetas del Viejo Coñac Solera 1808 (Requena e Hijos) en Játiva; anís Artillero (Casa Villegas) en Badajoz; brandy Napoleón (Carbonell y Cía.) en Córdoba; o brandy viejo El Timbaler (Fábrica de Licores La Manresana), cuya última figura alude a la leyenda que atribuye la victoria catalana contra los franceses, durante la batalla del Bruc (1808), a un pequeño timbaler que comenzó a tocar el tambor poco antes de producirse el enfrentamiento, de forma que su eco multiplicado, al chocar contra las montañas de Montserrat, hizo retroceder a los franceses al creer que las tropas españolas eran mucho más numerosas a los efectivos reales, convirtiéndose así este joven tamborilero en símbolo de la resistencia catalana contra la invasión francesa.

                     Ana Gómez Díaz-Franzón



Ilustraciones: Etiquetas de las colecciones de José Luis Silleras Masip, Juan Ivison Reig,  Vicente Rabadán Gómez, Bodegas Garvey, Bodegas González Byass y Bodegas Osborne.


Bibliografía
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Otras fuentes:
Asociación Los Sitios: http://www.asociacionlossitios.com/ [consulta: 2008]




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